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Publicado septiembre 29, 2025 por Aurelio Vázquez Sánchez con 0 comentarios

Simple Minds-Empires & Dance

empires and dance alternativo

Al otro lado del telón de acero

El zumbido del condensador de flujo era mi arrullo habitual, el tintineo del DeLorean, mi banda sonora personal. Me había acostumbrado al sonido deportivo de la máquina. Pero esta vez, algo no iba bien. El panel de control parpadeó en rojo, los indicadores bailaban frenéticos, y el familiar temblor del viaje temporal se convirtió en una sacudida violenta que me empujó contra el asiento. "¡Maldita sea!", mascullé, intentando sin éxito estabilizar la nave. El paisaje exterior se deformó en un túnel de luz, no el habitual sendero limpio a través del tiempo, sino un torbellino caótico de colores y formas. El impacto fue brutal, un chirrido metálico que se mezcló con el sonido de cristales rotos. Luego, silencio.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, y el olor a quemado y la humareda que se generó, se disipó ligeramente, me di cuenta. El DeLorean estaba encajado entre lo que parecían ser dos viejos contenedores de carga, en un callejón estrecho y oscuro. Un graffiti cubría una pared cercana, y un letrero de neón parpadeaba débilmente en la distancia, pero sus letras eran ilegibles. Miré el reloj temporal del Delorean: 13 de septiembre de 1980. Berlín. La máquina del tiempo había cumplido, de alguna manera, su función, pero con un aterrizaje de emergencia. Le dí al contacto manual, para ver si funcionaba, pero no. No hizo ninguna señal. Mal asunto. Me había perdido en un mal momento en un mal lugar.

llegada a Berlin

Desorientado, con un ligero zumbido en los oídos, logré abrir las puertas de ala de gaviota y salir. El aire era fresco, húmedo, y olía a carbón y algo indefinible, como óxido y esperanza mezclados. Estaba en el lado occidental, eso era seguro, pero la silueta ominosa de un muro se alzaba en la distancia, una cicatriz en el horizonte que prometía una historia muy diferente. Mi primer pensamiento fue buscar un teléfono. Lo único bueno de todo esto es que en ese tiempo, tuve un amigo en esta ciudad, hace muchos años... ¡bueno...ahora! Debía contactar con él, era mi única salida a esta situación. Su nombre era Klaus, un colega un tanto excéntrico que, por extraños azares del destino, tenía conexiones en esta ciudad dividida. Necesitaría su ayuda, y no solo para reparar mi máquina del tiempo.

Logré contactar con Klaus a través de una cabina telefónica, un bicho raro en mi época, pero vital en esta. Nos encontramos en un bar cualquiera, junto al Delorean, de esos con paredes cubiertas de carteles de conciertos pasados y el olor a tabaco y cerveza rancio. Klaus, con sus gafas redondas, su pelo revuelto y sus apenas veinte años, me miró con una mezcla de sorpresa genuina y asombro. Su versión de 1980 era mucho más joven de lo que yo recordaba, pero en sus ojos ya se vislumbraba la chispa de genio y la misma manía por la música que tanto valoraba.

—¡Yeyo! —exclamó con un acento alemán marcado—. No, no, no es posible. ¡No puedes ser tú! ¡Como te ha cambiado el tiempo! ¿Cómo...? Y ese coche... menuda máquina!

encuentro con Klaus

Le conté brevemente lo del accidente. Él, sin dejar de sonreír, me palmeó el hombro efusivamente.

—Esto es... esto es increíble. ¡El Yeyo! El tipo que me enseñó a amar a los Supertramp, y a Depeche Mode, y ahora estás aquí, en el epicentro. Mira, no sé cómo ayudarte, pero te prometo que te buscaré un lugar donde dormir y te enseñaré mi ciudad. A lo mejor es una señal, ¿sabes?

Me explicó la situación con la Stasi. No era un secreto que Berlín Oeste era un nido de espías, pero también lo era el Este. Y cualquiera que llegara de la nada, sin papeles claros, o que simplemente llamara la atención, podía convertirse en un objetivo. Me advirtió que no hiciese preguntas sobre el otro lado del Muro, y que me mantuviera discreto. Me consiguió un colchón en la trastienda de su tienda y me prometió que movería sus hilos para ver cómo podía arreglar el DeLorean o, al menos, sacarme de allí.

Los días siguientes fueron una mezcla de exploración cautelosa y observación constante. Klaus me llevó a algunos de sus lugares favoritos: pequeños clubes de música alternativa, galerías de arte punk, y cafés donde la conversación era la única divisa. Fue en uno de esos clubes, en una noche particularmente fría, donde lo volví a escuchar. La sala estaba abarrotada, el humo de los cigarrillos creaba una niebla densa y los cuerpos se movían de forma hipnótica al ritmo de una canción que lo llenaba todo. El DJ, un tipo con un peinado que desafiaba la gravedad, puso una cinta que Klaus había estado esperando. Entonces sonó. Un latido de sintetizador, frío, insistente, que perforó el ambiente. Era I Travel.

primera cancion en Berlin

Al instante, lo reconocí. El pulso implacable, la voz casi monolítica de Kerr. Me había olvidado de cómo sonaba en su contexto original. Aquí, en este club de Berlín, la canción cobraba un significado completamente nuevo. No era solo un tema bailable; era el sonido de la maquinaria, del movimiento incesante de la información, de las personas, de los bloques, a través de una ciudad dividida. Era el ritmo de la propia Guerra Fría. Los cuerpos en la pista de baile no bailaban, viajaban, se movían, buscando una salida, una conexión.

El ritmo robótico de I Travel no es solo música; es el tic-tac de un reloj que cuenta los segundos en una ciudad donde el tiempo parece haber sido detenido y acelerado al mismo tiempo. Es la banda sonora perfecta para el pulso frío y eléctrico de un Berlín dividido, donde cada viaje es una pequeña victoria sobre la inmovilidad. La energía es contenida pero palpable, una invitación a moverse sin necesariamente saber adónde se va.

Mientras la canción vibraba en mis oídos y el club me envolvía, no pude evitar sentir un escalofrío. Entre la multitud, en una esquina oscura, noté a un hombre. Su mirada no estaba fija en el DJ ni en los bailarines. Estaba fija en mí. Vestía un abrigo de lona oscuro, y su rostro era inexpresivo.

nos observan

La observación se volvió un juego perverso y escalofriante. Al principio, era sutil, casi imperceptible. Una silueta en el reflejo de un escaparate, un coche que parecía seguirnos a Klaus y a mí por una calle, el mismo hombre del bar a lo lejos, hojeando un periódico en un café. Klaus, que conocía la ciudad como la palma de su mano, también empezó a notar lo mismo, y su sonrisa confiada se fue desvaneciendo, dejando paso a una preocupación tangible.

"Estás bajo la lupa, Yeyo," susurró una tarde mientras caminábamos por una de las calles más concurridas de Berlín Occidental. "Son buenos. No se les escapa nadie. Supongo que un tipo que apareció de la nada en un coche del futuro es un objetivo demasiado jugoso para ellos."

nos siguen

El cerco se estaba cerrando. Me sentía como un animal acorralado. El simple hecho de caminar por la calle, tomar un café o entrar en una tienda se había convertido en un ejercicio de paranoia constante. La atmósfera de la ciudad, que al principio me pareció simplemente fría, ahora se sentía opresiva. Y fue esa sensación de miedo la que me llevó a redescubrir la siguiente canción del álbum.

Klaus y yo nos refugiamos en su tienda. Con las persianas bajadas, y el ruido de la calle amortiguado, puso el álbum Empires & Dance de los Simple Minds, en un tocadiscos que tenía en la trastienda. Colocó la aguja en la cuarta pista, y entonces sonó This Fear of Gods. La canción no sonaba como un tema más; era el eco de mis propios pensamientos. La melodía era oscura, densa, una bruma sonora que te envolvía. La voz de Jim Kerr era un susurro cavernoso, casi un lamento, que hablaba de un miedo omnipresente, un temor que no tiene un nombre claro, pero que lo impregna todo.

Cada nota de This Fear of Gods es un eco en los pasillos de un edificio gubernamental, una conversación susurrada en una esquina oscura. No es solo miedo a Dios, es el miedo a cualquier poder invisible que te observa. La producción densa y casi industrial te envuelve como la niebla que se cierne sobre el río Spree en una noche de invierno, ocultando y revelando verdades inquietantes. Es una canción que te hace mirar por encima del hombro, una y otra vez.

El miedo se hizo más grande, más real. Y con él, la presión. Una mañana, al salir de la tienda, dos hombres de aspecto serio y abrigos oscuros, sin mediar palabra, se colocaron uno a cada lado de la puerta, impidiéndonos salir. No se movían, solo nos observaban. Era un mensaje claro. La simple observación había pasado a ser un bloqueo. Estaba claro que la Stasi había decidido intensificar la presión.

nos encierran en la tienda

La tensión era insoportable. Klaus, con su ingenio, me hizo señas con los ojos para que regresáramos al interior. "Necesitamos un plan, Yeyo," me susurró, con una voz ahora tensa. "Se acabó el juego".

Nos metimos en la trastienda, un santuario desordenado de vinilos, cintas y carteles viejos. Afuera, la silueta de los dos hombres bloqueando la entrada proyectaba una sombra ominosa sobre la puerta de cristal. Klaus se dejó caer en una silla, su energía habitual había sido reemplazada por una resignación helada. Cogió un vinilo de la pila y lo puso en el tocadiscos, con un gesto lento y cansado. Era de nuevo el Empires & Dance. “Con música pienso mejor.” Dijo.

La música llenó el pequeño espacio. Era una canción que ya conocía, pero que aquí, en esta situación, me golpeó con una fuerza abrumadora. Capital City. El ritmo mecánico y los sintetizadores fríos de la canción ya no hablaban de una metrópolis abstracta, sino de esta misma ciudad. El eco de la voz de Kerr me hizo sentir como una pieza diminuta en un tablero de ajedrez, un engranaje en una maquinaria inmensa y sin alma.

refugiados en la trastienda

Klaus, con los ojos fijos en el disco que giraba, me miró. "Esta ciudad no es nuestra, Yeyo. Es suya. Es la ciudad del poder, de los imperios, y nosotros somos solo un detalle en sus calles. Son ellos los que deciden quién entra y quién sale, quién vive y quién muere aquí. Y ahora nos tienen acorralados".

Con Capital City, el álbum nos entrega un fresco sonoro de la metrópolis. No es solo un lugar físico; es una idea, una prisión y un sueño al mismo tiempo. La instrumentación, con sus capas de sintetizadores y el ritmo implacable, te hace sentir como una pequeña pieza en el vasto engranaje de una maquinaria inmensa. Es la banda sonora de un futuro distópico que ya está aquí, en las calles de Berlín.

El pesimismo de Klaus era contagioso, pero también una llamada de atención. El miedo nos había paralizado, pero la realidad de la amenaza nos empujó a la acción. "Tenemos que salir de aquí," dije, "antes de que decidan que no vale la pena esperar".

Klaus asintió. "Hay una manera, pero es arriesgada. Mi hermana vive cerca de la Estación del Zoológico. Desde ahí, podemos intentar llegar al tren de cercanías, el S-Bahn. Hay una línea que va hasta el Este, hasta la Estación de la Línea de Constantinopla... Desde allí, si tenemos suerte, podríamos...", su voz se apagó, consciente de lo loco que sonaba el plan. Nos dirigíamos de lleno hacia el corazón del Berlín este. Al otro lado del muro.

Un escalofrio recorrió mi cuerpo. "El DeLorean es el problema, ¿no?", le pregunté, casi con el aliento contenido. "No lo van a dejar escapar, seguro que ya lo están buscando. Es la razón de todo esto. ¿Verdad?"

"Exacto", respondió. "El coche es la prueba de lo que eres, una rareza que no encaja. Si nos ven cerca de él, nos van a atrapar. Y a nosotros con él. Olvídate del coche. Está en un lugar seguro."

"Tenemos que actuar rápido. Antes de que lo encuentren. Sé que es una locura, pero es nuestra única opción."

Klaus asintió. "Hay un túnel de servicio en la parte de atrás. No es muy usado. Nos llevará a una calle lateral. Es arriesgado, pero es nuestra única forma de salir sin que nos vean."

El juego de la observación estaba llegando a su fin, y la persecución estaba a punto de comenzar.

Klaus se movía con una rapidez que no le había visto antes. Cogió una pesada llave de un gancho en la pared y abrió una puerta metálica, casi invisible, que estaba oculta detrás de un estante de vinilos. Un olor a humedad y moho nos dio la bienvenida. "Es un viejo túnel de servicio," me susurró. "Conduce a un callejón trasero. Sígueme y no hagas ruido."

huida desde la trastienda

Nos arrastramos a gatas a través de la oscuridad, sorteando tuberías y charcos de agua estancada. La luz de mi linterna improvisada, un pequeño mechero Zippo, apenas iluminaba el camino. El eco de nuestros pasos se sentía como un grito en ese espacio confinado. El miedo de la observación había sido reemplazado por la adrenalina de la huida. Después de lo que parecieron horas, pero que probablemente fueron solo unos minutos, vimos una rendija de luz. Nos deslizamos hacia el exterior, aterrizando en un callejón polvoriento.

Miramos a nuestro alrededor. El mundo se sentía más grande, más frío. Habíamos salido a una calle diferente, con bloques de apartamentos grises y un aire opresivo. El sonido de los vehículos en la distancia era la única señal de vida, un recordatorio de que la ciudad continuaba su ritmo implacable. Mientras corríamos a través de las calles secundarias, pegados a las sombras de los edificios, un ritmo percutor comenzó a sonar en mi cabeza. El sonido del álbum, que había servido de banda sonora para la paranoia, ahora se fusionaba con el ritmo de nuestra propia carrera.

huida por el callejon

Klaus me tiró del brazo y me señaló un letrero. "La S-Bahn, ¡rápido!" A lo lejos, el tren se acercaba a la estación. Y de repente, mientras corríamos, la canción se hizo tangible en mi mente. Era Constantinople Line. La melodía sonaba como una marcha fúnebre, con un ritmo que te hacía sentir que cada paso era el último en un viaje sin retorno. El título de la canción se unió a mi situación, la idea de un viaje a un destino lejano, a través de una línea de tren que podría ser una ruta de escape o un camino directo hacia la trampa. Con Constantinople Line, los Simple Minds nos sumergen en una atmósfera de tránsito y misterio. El ritmo es implacable, casi como el traqueteo de un tren que te lleva a un lugar del que no sabes nada. No es una canción sobre un destino, sino sobre el viaje en sí mismo, un viaje de tensión y de incertidumbre donde cada momento se siente cargado de significado. Es el sonido de una fuga, del punto de no retorno.

Llegamos a la plataforma justo cuando las puertas del S-Bahn se abrían. Nos abrimos paso entre la gente, nuestros corazones latiendo con fuerza. Subimos a un vagón abarrotado, y cuando las puertas se cerraron detrás de nosotros, un escalofrío me recorrió la espalda. Miré por la ventana. En la calle principal, dos coches negros, de esos que me habían estado siguiendo, se detuvieron abruptamente. Dos hombres se bajaron y escanearon la estación. Nuestra huida había sido notificada. La cacería había comenzado.

El tren arrancó con un traqueteo, lento al principio, y luego ganando velocidad. Las puertas se cerraron con un silbido, sellando nuestra suerte dentro del vagón abarrotado. A través de la sucia ventana, vi las figuras de los dos hombres que nos seguían. Se miraban con frustración. La Stasi no había anticipado que su presa iría hacia el centro de Berlín. Por ahora, estábamos a salvo. Pero era solo un respiro. Nos estarían esperando.

huyendo en el tren

El vagón era un microcosmos de la vida berlinesa: hombres de negocios con maletines, jóvenes con chaquetas de cuero, parejas de ancianos. Pero para mí, cada rostro era un posible espía, cada mirada un juicio. Klaus se apoyó en una de las barras, fingiendo indiferencia, pero pude ver la tensión en sus hombros. Me quedé a su lado, sintiendo el ritmo constante de las vías bajo mis pies. El traqueteo del tren se aceleró.

Y en ese momento, con la ciudad pasando a una velocidad vertiginosa ante mis ojos, la siguiente canción del álbum resonó en mi cabeza. "Thirty Frames A Second". El título evocaba la velocidad del cine, de la vida grabada en una película, de un mundo que se movía a una velocidad inaudita. El ritmo del bajo era el pulso de nuestra huida, y los sintetizadores, una urgencia que me decía que cada segundo contaba. Era la banda sonora de un momento que se sentía irreal, como si todo esto fuera una película y yo, el protagonista de un thriller de espionaje.

Con Thirty Frames A Second, Simple Minds nos lanza a una carrera frenética. La canción es pura adrenalina, un pulso constante que imita el ritmo de una persecución en una película de acción. Cada nota es como un fotograma en movimiento, un instante capturado en el tiempo que te impulsa hacia adelante sin mirar atrás. Es la perfecta encarnación musical de la velocidad, de una huida a toda prisa donde el único objetivo es llegar a la meta, sin importar lo que dejes en el camino.

El tren se detuvo. "¡Aquí! ¡La estación de la línea de Constantinopla!", me gritó Klaus. "¡Corre!¡No pares!”

Las puertas se abrieron y salimos como un rayo. Nos fundimos en la multitud, zigzagueando entre los viajeros, esquivando las miradas. Corrimos sin mirar atrás, con la respiración entrecortada y los pulmones ardiendo. Klaus, con su conocimiento de la ciudad, me guió a través de un laberinto de callejones estrechos. El Muro se alzaba ante nosotros, no como una pared, sino como un obstáculo final. Klaus me señaló una alcantarilla abierta. "Es el plan B. Se conecta a una tubería de desagüe que va al lado Oeste. ¡Corre! ¡Yo los distraeré!"

"¡No! ¡Vente conmigo!", le grité.

"No puedo. Ya me han visto. ¡Corre, Yeyo! ¡Es tu única oportunidad! ¡Nos vemos al otro lado, en el futuro!", me respondió, con una sonrisa de despedida.

No tuve tiempo para discutir. Me metí en la alcantarilla. Me di la vuelta por última vez y lo vi. Klaus había comenzado a correr en la dirección opuesta, llamando la atención de los agentes de la Stasi que ahora se acercaban en vehículos. Sus ojos se encontraron con los míos. En un instante, lo vi tropezar, y dos hombres lo sujetaron y lo derribaron. Cuando se encontró en el suelo, vi cómo le empezaban a golpear. Me quedé helado, la respiración cortada por la escena. Klaus me miró una última vez, y en sus ojos vi el mismo miedo que había sentido con "This Fear of Gods". Era un adiós.

detencion de Klaus

Hice lo que Klaus me dijo. Me metí en la alcantarilla, y salí al otro lado de la tubería, exhausto y con el corazón destrozado. Estaba a salvo. Estaba de vuelta en el lado occidental. Estaba libre. Pero la victoria era hueca. Había conseguido escapar, pero mi amigo se había sacrificado por mí. Miré al horizonte, hacia el lado del Muro que había dejado atrás, el mismo que había visto al llegar. Una lágrima me rodó por la mejilla, una lágrima por el amigo que se había quedado en un tiempo y un lugar que no le pertenecían.

Pasaron unas horas. El Muro se alzaba ante mí, una cicatriz inmensa que me recordaba la tragedia que acababa de vivir. Estaba a salvo en el lado occidental, pero me sentía vacío. La victoria era una losa pesada, teñida por el sacrificio de Klaus. Apenas podía respirar.

Un hombre se me acercó, un joven con un gorro de lana y una mirada nerviosa, casi tanto como la mía. No lo conocía. Se detuvo a mi lado y, con la voz baja, me dijo en un alemán con acento de Baviera: "Klaus me pidió que le diera un mensaje. Dijo que un amigo es un amigo, y que no lo dejaría tirado. El coche, el 'coche del futuro' como lo llamaba, está en la trastienda de una tienda de reparación de radios cerca de la estación. Él tenía muchos contactos... por si acaso. Te lo han reparado. Ya te están esperando".

a salvo al otro lado

En ese momento, las palabras de Klaus volvieron a mi mente, de cuando me dijo que movería sus hilos para ver cómo podía arreglar el DeLorean. A pesar del caos, de la persecución y del peligro inminente, mi amigo nunca dejó de pensar en mi salvación. El sacrificio no había sido en vano; había comprado el tiempo necesario para que su red de contactos actuara.

Llegué al taller, un lugar oscuro y con olor a aceite y a tecnología vieja. Y allí estaba. Mi DeLorean. No solo lo habían movido del callejón, sino que le habían reparado los daños del aterrizaje forzoso. La carrocería brillaba bajo las luces de la bombilla, y los paneles de control, que antes parpadeaban caóticos, ahora brillaban con una promesa de regreso. Una promesa de futuro.

de regreso a mi tiempo

Entré en el coche, sintiendo el familiar tacto del volante. No era solo una máquina; era mi única forma de volver a mi tiempo. El motor se encendió con un zumbido, y el condensador de flujo comenzó a cargarse. Con un suspiro, con el corazón roto, pero con la mente en el futuro, activé los circuitos del tiempo. Las luces de la calle desaparecieron en un túnel de luz, y mi último pensamiento, antes de que el mundo se desvaneciera, fue para mi amigo.

Estaba a salvo. Estaba en 2025. Pero la historia de Klaus, la historia que nadie más sabría, se había convertido en mi banda sonora personal, el álbum de los Simple Minds, se había convertido en un eco inolvidable en mi playlist que nunca podría borrar. La Playlist del Yeyo rinde homenaje a su amigo.

Nunca he vuelto a saber nada más de él.

Epílogo

icono radio

El álbum Empires and Dance de Simple Minds es una obra fascinante, no solo por su sonido, sino por su historia. Aunque en mi relato sirvió como la banda sonora de una emocionante aventura, en el mundo real fue la banda sonora de un fracaso comercial y un éxito de crítica (tardío). Su destino es un claro ejemplo de cómo el tiempo y la perspectiva pueden reescribir la historia musical.

Cuando fue publicado el 13 de septiembre de 1980, Empires and Dance fue recibido con críticas divididas y a menudo confusas. Los críticos de la época no sabían muy bien cómo clasificarlo. Algunos lo tacharon de frío, inaccesible y demasiado oscuro, mientras que otros elogiaron su valentía experimental y su ruptura con los sonidos más convencionales de su tiempo. La prensa musical británica lo consideró un álbum difícil de digerir, con una producción gélida y una atmósfera sombría, muy alejada de las melodías que dominarían las listas.

Desde el punto de vista comercial, fue un completo fracaso. No logró entrar en las listas de éxitos del Reino Unido ni de Estados Unidos, los mercados más importantes para el rock de la época. Sus ventas iniciales fueron muy bajas, lo que hizo que el álbum pasara desapercibido para el gran público. El disco, en esencia, se perdió en el maremágnum musical de la época, a pesar de contener una de las canciones más innovadoras y de mayor proyección de la banda, “I Travel”.

epilogo empires & dance

Sin embargo, con el paso de los años, su reputación ha crecido de manera exponencial. Hoy en día, es considerado un álbum de culto y un punto clave en la evolución de Simple Minds. Los críticos y los aficionados lo han reevaluado como una pieza fundamental del post-punk y el new wave, elogiando su visión de futuro y la maestría con la que fusiona ritmos industriales, música disco y atmósferas europeas. Se le reconoce como el disco que realmente cimentó el sonido distintivo de la banda, allanando el camino para el éxito masivo de álbumes posteriores. Su fracaso comercial, en retrospectiva, ha reforzado su estatus como una obra de arte sin compromisos, demostrando que la banda estaba más preocupada por la experimentación que por la búsqueda de un hit masivo.

En última instancia, Empires and Dance es un recordatorio de que la verdadera calidad de una obra no siempre se refleja en su popularidad inicial, sino en la manera en que perdura y es redescubierta por las generaciones futuras.

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La Opinión del Yeyo

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opinion Yeyo

Reconozco que este disco puede no gustar al gran público, que no se vendiera casi nada, y cuya publicación pasara desapercibida. Vale, lo compro. Pero ¡que queréis que os diga! A mi me encanta, Empires & Dance de los Simple Minds, me gusta desde la primera audición, lo he considerado desde siempre, un buen disco, diferente, si, experimental, también, pero con mucha calidad, muy avanzado a su tiempo, sonido diferente totalmente a lo que había por aquel entonces. No suena tan británico, es mas europeo, por eso gustó mas a este lado del canal de La Mancha, pero aun así, me atrae, me hace bailar, su sonido “raro”, me gusta, es un poco oscuro quizá, muy confuso, y mareante, incluso abusa de los sintetizadores, pero son todas esas cosas las que me atraen de él. llamadme raro, pero me gusta. Me entra fácil, me entra bien. Mi oido no se cansa de escucharlo, lo soporta bien. Tampoco lo estoy escuchando a todas horas, pero cuando lo hago, lo disfruto.

Dicen que ahora se ha convertido en un álbum de culto, para los amantes de Simple Minds, y no me extraña. Cualquiera que pase por este disco ahora, y le gusten los “mentes simples” seguro que le atrae de alguna manera. La Playlist del Yeyo, no le va a hacer oídos sordos a este álbum, lo va a incluir en su repertorio, le pese a quien le pese.


Podeis visitar la página de La Playlist del Yeyo, en la que están ubicados todos los videos colgados en el blog, a modo de playlist, incluidos los de los Simple Minds, para que los disfruteis todos juntos, y en el orden que querais. También teneis una emisora con La Radio del Yeyo, que contiene los hits de las décadas de finales del siglo XX. Y si buscas una canción o un video que no está en La Playlist del Yeyo, lo puedes localizar en el Buscador del Yeyo, procurando especificar bien el video o canción que quieres localizar.

¡¡Hasta la próxima!!


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