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Publicado noviembre 24, 2025 por Aurelio Vázquez Sánchez con 0 comentarios

The Chameleons-Script of the Bridge

Script of the Bridge alternativo

El Puente de las Esquinas Perdidas

El frío no era solo una condición meteorológica; en Oakhaven era una textura, un olor metálico y persistente que se agarraba a la lana del abrigo y se colaba por las costuras de las ventanas. Una ciudad antigua, cerquita de Manchester, construida con el músculo de la Revolución Industrial, cuyo pasado de humo y hierro se había solidificado en un presente de melancolía y quietud. Oakhaven, con sus edificios de ladrillo oscurecido por siglos de hollín, no miraba al futuro; estaba anclada en un eterno atardecer gris.

En el corazón de esta urbe taciturna se alzaba el Viaducto de Calleigh, una inmensa costilla de cemento y acero hoy inactiva. No era simplemente una estructura; era un portal al silencio, un esqueleto de una época en la que las cosas parecían tener una dirección clara. Sus más de cincuenta arcos se extendían como una gigantesca serpiente dormida, ignorando la autopista moderna que lo había sustituido. El paso del tiempo había dejado una pátina de óxido rojizo, líquenes verdes y, lo que era peor, una reputación de ser el lugar donde las promesas se rompían.

puente de Calleigh

Adrián Miller vivía frente a él. O, más bien, sobre él. Su apartamento, un espacio frío y minimalista en la tercera planta de un antiguo almacén reconvertido, ofrecía una vista frontal y sin obstáculos del viaducto. Desde allí, el arquitecto podía estudiar cada grieta, cada remache. Se había mudado tres meses atrás, no por elección, sino por huida. Su vida, hasta hacía poco una pulcra maqueta de éxito y estabilidad se había desmoronado con la precisión devastadora de un crash bursátil: el divorcio, la pérdida de su prestigioso estudio en la capital, la sensación de que cada día era una réplica borrosa del anterior. Se sentía menos como un hombre y más como un plano arquitectónico desechado.

Su única rutina, su única ancla en la deriva, era el ritual nocturno de poner discos de vinilo.

El Guion de Cemento

Esa noche, el aire dentro del apartamento era tan frio como el clima exterior. Adrián estaba sentado en el suelo de madera, la luz de la calle filtrándose a través de las lamas de la persiana para dibujar líneas de sombra sobre su rostro cansado. Su mano temblaba levemente al bajar la aguja sobre el vinilo. Era un disco que había rescatado de una caja de recuerdos polvorientos, una pieza clave de su juventud y la banda sonora perfecta para su actual estado de ánimo. Era el Script of the Bridge, de The Chameleons.

el disco Script of the Bridge

«La música es la escritura del puente... Y tú estás en él, Miller.»

El pensamiento no era suyo, era la primera línea de la nota que había encontrado esa mañana, pegada con cinta adhesiva al plato de la cocina. Un trozo de papel de calidad, de una escritura a mano elegante, aunque nerviosa, que no reconocía. El mensaje era absurdo, pero la referencia musical le había helado la sangre. ¿Cómo sabía quién era él y qué estaba a punto de escuchar?

Comenzaba el disco con Don’t Fall. La intro de la canción era como una advertencia susurrada, las guitarras de Reg Smithies y Dave Fielding comenzaban un diálogo melancólico, con un reverb tan profundo que parecía venir desde el fondo de uno de los arcos del viaducto. El sonido era vasto, épico, pero también urgente.

Adrián cerró los ojos, sintiendo que la niebla sonora lo envolvía. La voz de Mark Burgess llegó, cargada de una emotividad cruda.

La canción, a la vez grandiosa y desesperada, resonó en el pequeño espacio. «Don't fall... don't fall...» era un mantra de advertencia, un eco de la presión que sentía. El final instrumental, con el bajo pulsante de Mark Burgess y la batería de John Lever marcando un ritmo firme pero sombrío, lo dejó temblando.

Se levantó, la tensión de la música aún estaba recorriéndole los nervios. El mensaje de la nota ya no le parecía una broma; era como una llave que giraba en una cerradura oxidada. Se acercó a su escritorio y tomó un rollo de planos antiguos, planos que, como arquitecto, había conseguido desenterrar del archivo municipal antes de mudarse: eran los planos originales del Viaducto de Calleigh, el famoso "Guion del Puente", que le refería la nota. Los había estado estudiando, buscando una distracción a su propia vida, obsesionado con la estructura que ahora dominaba su vista.

Desplegó el primer plano. Estaba amarillento y quebradizo. El viaducto era una maravilla de ingeniería para su época. Pasó el dedo por los croquis, notando la precisión casi obsesiva con la que el diseñador original había detallado las proporciones.

Entonces, notó algo en la parte inferior del plano, garabateado con el mismo tipo de bolígrafo de tinta oscura que la nota de la mañana. No estaba allí antes. Era una referencia a una ubicación precisa dentro del viaducto, cerca del pilar 17, donde el puente se unía a la orilla del río. Y debajo, una simple frase:

«...en la tierra de los monos.»

En la Tierra de los Monos

La mañana siguiente arrastró consigo una lluvia fina y persistente que le daba a Oakhaven el aspecto de un grabado al aguafuerte. Adrián no había dormido bien. La nota anónima y el garabato en el plano se habían fusionado en un mismo pensamiento obsesivo: «...en la tierra de los monos.»

El significado no era geográfico, sino emocional. La "tierra de los monos" era, para él, la ciudad misma, la jungla de cemento donde todos simulaban progreso y cordura mientras luchaban por territorios diminutos. Era la alienación. Y la canción, Monkeyland, lo confirmaba.

Para su sorpresa, el impulso de investigar era más fuerte que su inercia habitual. La música, en lugar de hundirlo en la melancolía, le había infundido una dosis extraña de urgencia. Se puso su impermeable y salió a la calle, con los planos del Viaducto de Calleigh enrollados bajo el brazo.

el eco retrógrado

Su primera parada no fue el puente, sino el único lugar en Oakhaven donde la modernidad no había aniquilado el espíritu: la tienda de discos de vinilo de Elisa, El Eco Retrógrado.

Elisa estaba detrás del mostrador, escuchando algo denso y rítmico. Llevaba gafas de montura gruesa y su conocimiento musical era enciclopédico. Era la antítesis de la frialdad de Adrián; era curiosa, cálida y directa.

—Parece que has visto un fantasma, Adrián —dijo ella, quitándose los auriculares—. ¿Te ha atacado la lluvia?

—Peor que la lluvia, Elisa. Me ha atacado la música.

—Ah, el mejor de los ataques —sonrió.

Le mostró el disco de The Chameleons, la carátula de Script of the Bridge, con ese collage surrealista, una mezcla de planos y rostros.

—He vuelto a engancharme a este álbum —empezó Adrián, apoyándose en el mostrador—. Y creo que se está apoderando de mí. El sonido... Es como si hubieran grabado el paisaje sonoro de Oakhaven en 1983 y lo hubieran puesto en un vinilo.

—Lo sé —asintió Elisa—. Es la magia de The Chameleons. Es Post-Punk, sí, pero tiene una cosa, una grandeza...

—Escucha "Monkeyland" —dijo Adrián, tarareando el riff de guitarra—. La forma en que arranca, con esos tambores de John Lever y el bajo de Burgess marcando esa cadencia militar, y de repente, las guitarras, de Smithies y Fielding, explotan en mil ecos. No son solos de guitarra, son paisajes.

¡Exacto! intervino Elisa. - No es un disco sobre el ruido, es un disco sobre el espacio. -Movió las manos para enfatizar. - La música es grande, enorme, pero te hace sentir terriblemente pequeño. El novato que solo escuche música pop pensaría que es raro, pero en realidad, es melodía con un chaleco de armadura. Las letras de Burgess en esta canción hablan de sentirse atrapado, mirando desde arriba a los demás, sintiéndose como un mono enjaulado.

"Como una especie de criatura enjaulada, esperando el fin," citó Adrián, la frase resonando en su propia vida. - Es una sensación muy actual, ¿no crees? Sentir que tu vida es una rutina, que estás interpretando un papel en un circo. El álbum tiene esa melancolía épica que es totalmente adictiva. No es deprimente; es honesto.

Adrián le confió el misterio de la nota, la referencia al viaducto y la críptica frase final: "en la tierra de los monos." Elisa, en lugar de alarmarse, se mostró fascinada.

la puerta 17

¡El pilar 17! reflexionó ella, consultando la web de su ordenador. - Es uno de los más grandes, donde la estructura original se une al terreno pantanoso. Un lugar de tránsito, pero también un punto ciego. Si el autor de la nota quiere que encuentres algo, quiere que cambies el guion de tu vida.

Adrián salió de la tienda con un sentido de propósito renovado. La lluvia había amainado. Ahora se dirigía al Viaducto de Calleigh, directamente al pilar 17. No buscaba un tesoro; buscaba una respuesta a la alienación que la música acababa de diagnosticarle.

Llegar al pilar 17 era adentrarse en la parte más abandonada del viaducto, una zona cubierta de maleza y escombros, donde el cemento se desmoronaba como terrones de azúcar. Estaba allí, una mole sombría y maciza. Al examinar la base, notó que no había un solo pilar, sino dos, unidos por una pequeña cámara de acceso, oculta tras una gruesa capa de hiedra. Era justo lo que la nota le había sugerido: un lugar oculto, un rincón perdido en la "tierra de los monos".

Tiró de la hiedra, exponiendo una puerta de inspección de hierro forjado, pequeña y casi invisible. Estaba oxidada, pero sin candado. El corazón de Adrián empezó a latir al ritmo del bajo pulsante de Mark Burgess.

La Segunda Piel

La puerta de inspección de hierro forjado emitió un chirrido gutural, un lamento de metal oxidado que rompió el silencio de la tarde. La cámara detrás no era un túnel vasto, sino un pequeño habitáculo, un espacio de servicio diseñado para los operarios. Olía a humedad, a tierra removida y a décadas de encierro. Adrián encendió la linterna de su móvil.

el habitaculo del puente

El espacio estaba casi vacío, salvo por una pila de ladrillos sueltos en un rincón y, lo más intrigante, un pequeño tablón de madera toscamente clavado en la pared de piedra. No había ni rastro de tesoros ni de secretos de ingeniería, solo una sensación de que alguien había usado ese cubículo como un escondite personal.

Se acercó al tablón. Había otra nota.

Esta vez el mensaje era más extenso, pero la letra seguía siendo la misma, esa cursiva nerviosa y familiar.

«Cada vez que entras en un túnel, tienes la oportunidad de dejar atrás tu piel vieja. Eso es lo que es este puente, Adrián. Es un proceso de despojo. Has llegado al punto donde el "viejo tú" ya no encaja. ¿No es eso lo que le pasa a la gente? Nos cubrimos con una coraza, un guion de vida que nos dicen que es el correcto, hasta que se vuelve incómodo, insoportable. Necesitas una Segunda Piel.»

El texto lo golpeó con una fuerza inusual, no por la amenaza, sino por la precisión emocional. ¿Quién lo conocía tan bien? La nota no era una broma; era una terapia coercitiva, dirigida por un acosador misterioso que usaba la música como bisturí.

Adrián se sentó sobre la pila de ladrillos, sintiendo el frío traspasándole el impermeable. En su cabeza, las guitarras de The Chameleons se hicieron audibles. "Second Skin”. Siete minutos de una épica sonora que es el corazón palpitante de Script of the Bridge.

Sacó los auriculares y reprodujo la pista.

Mientras los arpegios hipnóticos de la introducción se convertían en una poderosa avalancha de sonido, la mente de Adrián se aclaró. La canción no hablaba solo de la vida; hablaba de la memoria.

—Es la canción perfecta para un renacimiento —pensó en voz alta, las palabras casi amortiguadas por la música—. Es tan larga, pero nunca se siente pesada. Hay una especie de energía contenida.

La voz de Mark Burgess preguntaba: «Do you ever get the feeling that you've been this way before?» (¿Alguna vez tienes la sensación de que has estado en este camino antes?).

—Toda mi vida reciente —murmuró Adrián.

Para un oyente que no estuviera familiarizado con el Postpunk, la canción podía parecer repetitiva, pero ahí estaba la magia, la que Elisa había intentado explicarle. La estructura es un ciclo, sí, pero los detalles cambian.

—Esta canción es como un mantra que te lleva a la catarsis —le había dicho Elisa, días atrás—. Las guitarras hacen un trabajo brutal, son la textura del recuerdo. Nunca se detienen, pero cada bucle tiene una emoción diferente. Pasa de ser melancólica a ser triunfal al final. No es solo un viaje; es la banda sonora de tu propia vida dándole una segunda oportunidad, diciendo: "puedes cambiar de piel, pero no olvides lo que fuiste."

La nota, la canción, el lugar oculto... todo apuntaba a su vida pasada, al divorcio, a la sensación de que estaba repitiendo un patrón destructivo. Dejó que la canción lo envolviera, sintiendo como la vieja piel de Adrián Miller, el arquitecto cínico y herido, se desprendía lentamente. El clímax instrumental de la canción, con la batería de Lever golpeando con una urgencia casi desesperada y el bajo de Burgess guiando el crescendo, fue un desgarro emocional.

el cuaderno

Cuando la pista terminó, el silencio en el cubículo era ensordecedor. Adrián se sentía agotado, pero centrado.

En el tablón, debajo de la nota, había un pequeño paquete envuelto en papel encerado. Lo abrió con manos temblorosas. No era dinero ni joyas; era un viejo cuaderno de bocetos, de tapas desgastadas, el tipo que usaba para sus primeros diseños. Estaba vacío, salvo por la primera página.

En esa primera página, con una caligrafía inconfundible, estaba la dedicatoria:

«Para Adrián, mi guionista favorito. De tu Primera Piel.»

Y debajo:

«Punto de inflexión: Siguiente estación, la escalera mecánica. Busca el camino que sube, pero que va hacia abajo.»

La firma: Vera.

Vera. El nombre de su ex-esposa.

Escalando la Contradicción

El nombre de Vera resonó en el pequeño cubículo como un eco de un pasado que Adrián había intentado sellar bajo capas de indiferencia. Su "Primera Piel". La mujer que lo había amado, y a quien él, quizás sin darse cuenta, había lastimado hasta el punto de la ruptura. La nota y el cuaderno no eran un acto de crueldad, sino un intento desesperado de comunicación, una especie de juego sádico para obligarlo a mirarse al espejo.

El frío de la cámara oculta ya no era lo que le hacía temblar, sino la avalancha de recuerdos. El "guion" que se había desmoronado era el que habían escrito juntos. ¿Y la "escalera mecánica que sube, pero que va hacia abajo"? Era una metáfora dolorosamente precisa de su relación, de sus esfuerzos por avanzar mientras, subterráneamente, todo se desmoronaba.

La siguiente estación musical era obvia. "Up the Down Escalator". La tomó como una señal, un nuevo reto. Salió de la cámara oculta, dejando la puerta abierta como una invitación al futuro. La tarde se convertía en noche, una fina lluvia caía, y las luces de Oakhaven parpadeaban a lo lejos.

el eco retrogrado 2

Se dirigió a la tienda de discos. Entró, empapado y con una expresión de perplejidad y, curiosamente, una chispa de vida en los ojos que no le había visto en meses.

—¿Has encontrado la tierra de los monos? —preguntó Elisa, observando el cuaderno en las manos de Adrián.

Él asintió, le mostró la última nota y el nombre de Vera. Elisa no se sorprendió.

—Siempre supe que había algo más que un simple disco en tu obsesión por The Chameleons, Adrián —dijo ella con una sonrisa tierna—. Es una banda que te desgarra y te reconstruye. Te obliga a enfrentarte a tus propias contradicciones.

Adrián le puso la aguja a la siguiente canción en el tocadiscos de la tienda. Los primeros acordes de "Up the Down Escalator" llenaron el espacio, con un riff de guitarra más directo y una batería más contundente que las anteriores, pero sin perder esa cualidad etérea.

Esta canción es brillante para hablar de ese sentimiento de esfuerzo fútil, ¿verdad? —comentó Elisa, moviendo la cabeza al ritmo—. La vida a veces es exactamente eso: una escalera mecánica que te lleva hacia abajo mientras intentas subir. O te da la sensación de que, por mucho que te esfuerces, el paisaje no cambia.

—Es la frustración hecha música —dijo Adrián, asintiendo. La voz de Burgess, con esa urgencia melódica, era un reflejo de su propia desesperación pasada—. Pero también tiene un pulso, una energía que te dice: "no te rindas". No es una canción de derrota. Es una canción de lucha. Las guitarras hacen un trabajo magnífico, como si estuvieran en una carrera, subiendo y bajando, pero siempre con una dirección, incluso si es la dirección contraria a la esperada.

—Totalmente —Elisa puso un disco de The Smiths en el mostrador—. The Chameleons no te deprime; te pone la banda sonora a tus crisis existenciales. Y lo hace con una belleza que te engancha. No es para todo el mundo, claro, sobre todo si solo escuchas éxitos fáciles. Requiere que te dejes llevar por la atmósfera, por la repetición hipnótica, por esos paisajes de guitarra que son el sello de la casa. Es un disco que crece contigo, que te desvela capas cada vez que lo escuchas.

Adrián miró el cuaderno que Vera le había dejado. Las primeras páginas estaban vacías. La "escalera mecánica" no era un lugar físico, o no solo eso. Era una situación, una serie de obstáculos.

—¿Qué crees que significa "la escalera mecánica que sube, pero que va hacia abajo"? —preguntó Adrián, con la mirada perdida en las estanterías de vinilos.

—Significa que tienes que buscar lo que parece un contrasentido. La salida está donde menos la esperas. Quizás, lo que sube pero va hacia abajo es algo que siempre has tenido delante, pero te negabas a ver. ¿Algún lugar en Oakhaven que te parezca una contradicción andante?

la biblioteca

De repente, una imagen le vino a la mente: la antigua Biblioteca Municipal de Oakhaven. Era un edificio gótico imponente, con una escalera central majestuosa que siempre había estado fuera de servicio, bloqueada por una cadena oxidada, desde que se construyó una rampa de acceso moderna. Una escalera que subía, pero que nadie usaba para ascender. Una metáfora perfecta de su propia vida: una estructura gloriosa, pero inutilizada.

Y Vera era bibliotecaria. Allí había trabajado durante años, antes y durante su matrimonio.

—La biblioteca —murmuró Adrián—. La vieja escalera de la Biblioteca Municipal. Es lo único que tiene sentido.

Se despidió de Elisa con un agradecimiento apresurado y salió de la tienda. La canción de The Chameleons seguía sonando en su cabeza, un himno a la contradicción, una guía musical hacia la siguiente estación de su búsqueda.

Menos que Humanos

La imponente fachada de la Biblioteca Municipal de Oakhaven se alzaba ante Adrián como un monolito del saber y el silencio. Las gárgolas de piedra parecían observarlo con ojos vacíos mientras él cruzaba el umbral. El interior, con sus techos altos y el olor a papel viejo, era un remanso de paz, casi un santuario. Adrián había pasado horas allí en su juventud, y luego, con Vera, en los primeros años de su matrimonio, cuando la curiosidad y la lectura compartida eran todavía un pilar de su relación.

Subió la rampa moderna, ignorando deliberadamente el majestuoso tramo de escalera central de roble que se alzaba, encadenado, a su derecha. Un símbolo perfecto: lo funcional por encima de lo grandioso, lo práctico por encima de lo inspirador. Como su matrimonio, pensó con amargura.

Vera no estaba en el mostrador principal. Un joven bibliotecario, absorto en su ordenador, le indicó que Vera Miller (aún usaba su apellido de casada, notó Adrián con una punzada extraña) se encontraba en la sección de archivo histórico.

encuentro en la biblioteca

Al llegar, la encontró sentada en una mesa de madera oscura, rodeada de pilas de libros antiguos y mapas enrollados. Llevaba el pelo recogido, y sus gafas de lectura estaban apoyadas en la punta de la nariz. Levantó la vista al oír los pasos de Adrián, y sus ojos, antes tan familiarmente azules, ahora tenían un matiz de sorpresa, pero también de una melancolía que él reconoció como propia.

—Hola, Adrián —dijo ella, con una voz calmada, casi plana.

—Vera.

No había necesidad de preámbulos. Adrián puso el cuaderno de bocetos sobre la mesa. Ella lo miró, y luego, a él.

—Pensé que nunca lo encontrarías —dijo, una leve sonrisa asomando en sus labios.

—¿Por qué? ¿Por qué todo esto? ¿Las notas, el disco, el puente?

—Porque te estabas convirtiendo en frio e irreconocible, Adrián. Te habías encerrado en ti mismo, detrás de tus planos, de tus rencores. La música... The Chameleons, era nuestra banda, ¿lo recuerdas? Supe que sería la única manera de que me escucharas. De que te escucharas a ti mismo.

Adrián sintió una punzada de vergüenza. Ella no estaba enfadada; estaba triste. Su crítica era incisiva, quirúrgica.

—Me estabas persiguiendo, Vera.

—Te estaba guiando. Para que dejaras esa vieja piel. Para que vieras que no todo está roto.

Ella se levantó, se acercó a la vieja escalera encadenada y la miró.

—Esta escalera es como nosotros. Siempre ahí, majestuosa, pero cerrada. Bloqueada por cosas que no nos atrevemos a desatar.

Adrián sacó el teléfono. En la biblioteca, el silencio era casi reverencial. Pero él necesitaba la banda sonora que ella misma había elegido. "Less Than Human". Era una de las canciones más oscuras y viscerales del álbum. La reproducción era solo para él, a través de los auriculares, pero la música llenó su mente.

La intro de la canción era casi un lamento, con esos riffs de guitarra más afilados, menos etéreos, y una base rítmica implacable. La voz de Mark Burgess era más sombría que nunca, teñida de una resignación desesperada.

—¿Recuerdas lo que decíamos de esta canción? —preguntó Vera, su voz ahora más suave, mientras Adrián se quitaba un auricular—. Que era el momento más crudo del disco. Que te golpea de lleno con la idea de que podemos perdernos, convertirnos en algo irreconocible. Menos que humanos.

Adrián asintió. —Es la canción de la auto-confrontación. No es bonita, no es suave. Es la voz que te dice la verdad que no quieres escuchar. Las guitarras ya no son paisajes; son muros. Y el bajo de Mark Burgess es el martillo que los golpea. Es la desesperación por no saber quién eres, o por haberte convertido en quien no querías ser.

—Es la canción para cuando te miras al espejo y no te reconoces —dijo Vera—. Y sabes que Script of the Bridge no te deja escapar de eso. Te arrastra a ese lugar oscuro, pero solo para que puedas ver la luz después. Para que dejes de ser tan... menos que humano.

ultimo mensaje

La canción, en su intensidad, culminó con una explosión de distorsión y un fade-out abrupto, dejando un silencio tenso entre ellos. Adrián y Vera se miraron, el peso de sus palabras, de su pasado y de la música, suspendido en el aire.

Vera se volvió hacia una estantería y sacó un libro viejo, encuadernado en cuero. No era de la biblioteca. Era suyo.

—Siempre me gustó el detalle. Quería que esto fuera el final. El último empujón.

Lo abrió en una página marcada. Dentro, había una foto. Una foto antigua de ellos dos, jóvenes y sonrientes, de pie en una colina, con el Viaducto de Calleigh apenas visible en la lejanía. Debajo, otra nota escrita con la misma letra nerviosa:

«No te conviertas en Adrián. No dejes que la bruma te destruya. Recuérdame de View from a Hill.»

La siguiente estación estaba clara. Y Adrián sabía exactamente qué colina era.

La Vista desde la Colina

El viento azotaba la cima de Blackwood Hill, una elevación modesta en las afueras de Oakhaven, desde donde se desplegaba una vista panorámica de toda la ciudad. Desde allí, el Viaducto de Calleigh se veía como una cicatriz antigua en el paisaje, un recordatorio de un pasado grandioso. Adrián se aferraba a su abrigo, luchando contra las ráfagas de aire que traían consigo el olor a tierra mojada y la promesa de una tormenta.

La fotografía de Vera, la que encontró en el libro, cobraba vida en ese lugar. Era allí donde, años atrás, solían venir para escapar del ruido de la ciudad, para soñar con un futuro juntos. La colina se había convertido en su santuario, el lugar donde podían ver su vida, y la de Oakhaven, desde una perspectiva diferente, menos agobiante.

Mientras esperaba, sacó el cuaderno que Vera le había entregado. Las páginas, antes vacías, contenían ahora bocetos a lápiz, diseños de puentes, pero no los suyos. Eran los de Vera: dibujos abstractos, llenos de simbolismo, representando conexiones, rupturas y reconstrucciones. Él nunca supo que ella también dibujaba. Otra capa de "primera piel" que no había sabido ver.

en la colina

De repente, una figura apareció en la cresta de la colina. Era Vera. Venía envuelta en una bufanda de lana gruesa, su cabello bailando con el viento. No dijo nada al principio, solo se paró junto a él, mirando el vasto horizonte de Oakhaven, con el viaducto como punto focal.

—¿La vista lo cambia todo, verdad? —dijo ella, su voz casi ahogada por el viento, pero con una claridad que le llegó a Adrián.

—Sí. Te hace sentir pequeño, pero también te da perspectiva.

—Y eso es lo que Script of the Bridge siempre intentó hacer —continuó Vera, mirándolo por primera vez—. Darnos una perspectiva de lo insignificante y lo trascendente en nuestras vidas. Nos hacía ver que el dolor, la soledad, el amor... todo es parte de un ciclo.

Adrián asintió. Él mismo había llegado a esa conclusión.

Sacó sus auriculares y, esta vez, los compartió. Puso el dedo sobre la última pista de su viaje: "View from a Hill".

La canción comenzó con un riff de guitarra etéreo y soñador, un sonido que te elevaba por encima del paisaje. Era la pieza perfecta para un final: una mezcla de nostalgia, aceptación y una extraña sensación de esperanza.

—Esta es la catarsis del disco —dijo Adrián, la música inundando sus oídos y el alma—. Después de tanta tensión, tanta introspección, esta canción es como un soplo de aire fresco. Las guitarras de Smithies y Fielding no son solo melodías; son el viento en esta colina, la vista, la amplitud. Te hacen sentir que, a pesar de todo, hay belleza y hay una continuidad.

—Y la voz de Mark Burgess —añadió Vera— es la de alguien que ha pasado por la tormenta y ha encontrado la paz. No una paz definitiva, quizás, pero una paz momentánea, una comprensión. Es una canción de aceptación. Te hace sentir que todo lo que has vivido, lo bueno y lo malo, te ha llevado a este punto, y desde aquí, puedes elegir tu próxima dirección. Es la sabiduría de la perspectiva.

—Para un novato, quizás diría que es la canción más "accesible" del disco —reflexionó Adrián—, pero su sencillez aparente esconde una profundidad brutal. Te habla directamente al alma, sin adornos, pero con una melodía que te atrapa. Script of the Bridge es un viaje; no es solo un conjunto de canciones, es una experiencia que te transforma si te atreves a escucharla de verdad. Y esta canción es el final de ese viaje, pero también el comienzo de uno nuevo.

los dibujos de Vera

La canción de The Chameleons continuó, un telón sonoro perfecto para el diálogo que se gestaba entre ellos.

—Los planos del puente... —empezó Adrián—. Siempre busqué algo oculto en ellos. Un tesoro. Pero el verdadero tesoro eran las notas, las canciones. Tú.

—El puente era un símbolo —dijo Vera—. De lo que construimos, de lo que dejamos en desuso, de lo que conecta y lo que separa. Te hice buscar en sus entrañas porque ahí es donde encontré lo que creía perdido: tu capacidad de sentir, de escuchar. Mi esperanza era que te abrieras, que vieras que el guion de tu vida no estaba escrito en piedra, sino que podías reescribirlo.

Se hizo el silencio, solo roto por el viento y el final persistente de la canción. Adrián le entregó el cuaderno de bocetos de Vera.

—Están tus dibujos. Nunca supe que dibujabas.

Vera tomó el cuaderno y lo abrazó. —Hay muchas cosas que no sabemos el uno del otro, Adrián. Muchos guiones que no hemos explorado.

La vista desde la colina no era solo la de Oakhaven, sino la de sus propias vidas, pasadas y futuras, extendiéndose ante ellos. El puente, antes una herida, ahora parecía un camino.

Adrián y Vera no se abrazaron, ni hicieron promesas grandiosas de reconciliación. Sus caminos se habían separado demasiado. Pero el aire entre ellos había cambiado. Se había aligerado. El guion no estaba reescrito por completo, pero al menos, había un nuevo párrafo, un nuevo giro. Y esta vez, la banda sonora sería suya.

—¿Qué haces ahora? —preguntó Adrián, con la voz más suave de lo que esperaba.

—Voy a seguir dibujando —dijo ella, su mirada fija en el horizonte—. Y tú, ¿qué harás con tu nueva piel?

Adrián sonrió, algo que no había hecho sinceramente en mucho tiempo.

—Voy a diseñar un nuevo puente, Vera. Uno que conecte las esquinas perdidas de mi vida.

La bruma de Oakhaven no se había disipado del todo, pero la vista desde la colina ofrecía una claridad que hacía mucho tiempo no sentía. El guion de su vida estaba abierto, esperando ser reescrito, nota a nota, acorde a acorde.

Epílogo y Reseña

icono radio

El viaje emocional de Adrián Miller, guiado por la mano de Vera y la banda sonora de The Chameleons, converge con el destino real del álbum que lo hizo posible: Script of the Bridge. Este disco, debut de la banda de Middleton, publicado el 8 de agosto de 1983, es considerado un pilar fundamental del Postpunk británico, aunque su trayectoria comercial inicial reflejó las dificultades intrínsecas del género, un destino que muchos consideraron una injusticia histórica. A pesar de la resonancia épica de sus composiciones, el álbum solo logró alcanzar un modesto puesto número 52 en la lista de álbumes del Reino Unido, una cifra que contrasta enormemente con la profundidad de su influencia musical. Gran parte de esta discreción comercial se atribuye, de hecho, a los problemas de distribución y a los conflictos de licencia con la discográfica, que impidieron un push promocional a la altura de su calidad. No obstante, en los Estados Unidos, donde fue publicado por Geffen Records, el álbum logró una recepción más sólida dentro del circuito universitario y de rock alternativo.

epilogo script of the bridge

La crítica contemporánea, a menudo enfocada en el mainstream New Wave, no supo captar del todo la magnitud de la obra. Si bien reconocieron el talento de Mark Burgess como letrista —cuya voz transmite una vulnerabilidad y urgencia lírica— y la maestría instrumental de los guitarristas Reg Smithies y Dave Fielding, algunos lo calificaron de demasiado sombrío o excesivamente atmosférico. Sin embargo, las publicaciones especializadas como NME o Melody Maker sí destacaron el uso innovador del reverb y el delay, que creaban "muros de sonido" inéditos, otorgándole una textura sonora que trascendía las etiquetas del Postpunk tradicional y que influiría directamente en bandas futuras.

Con el paso de los años, el veredicto ha cambiado drásticamente: el tiempo ha colocado a Script of the Bridge en el panteón de los álbumes esenciales de la década de 1980. La crítica moderna lo cataloga consistentemente como una obra maestra de culto y una pieza clave para entender la evolución del rock alternativo y el shoegaze. Publicaciones como Pitchfork y AllMusic lo califican con las más altas puntuaciones, destacando su melancolía épica y su capacidad para crear un paisaje sonoro vasto y emocionalmente resonante. La canción "Second Skin", que sirvió de catarsis para Adrián en nuestra historia, es universalmente aclamada como uno de los mejores temas de rock de la época, un monumento de siete minutos a la ansiedad existencial y la búsqueda de un nuevo comienzo. Lejos de ser un álbum demasiado denso, como se insinuó en su momento, la crítica actual lo celebra por su profundidad, coherencia y belleza lírica y musical inigualable, reconociendo que The Chameleons no solo grabó un disco, sino que capturó el guion atemporal de la soledad urbana y la esperanza. Su modesto puesto en las listas de 1983 es hoy un simple dato histórico, eclipsado por su indiscutible legado como uno de los debuts más importantes e influyentes del rock británico.

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La Opinión del Yeyo

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Una banda de culto es aquella que despierta una fuerte conexión emocional e identidad, en sus oyentes. Sus seguidores no solo disfrutan la música, sino que la defienden y la consideran parte de su identidad cultural. Así es como se define la música de culto. Pues bien, The Chameleons, cumple perfectamente con estos requisitos, por lo que yo la defino como una banda de culto. Y en realidad lo es. No tuvo un éxito masivo, pero sí tiene detrás una serie de fans y seguidores devotos, entre los cuales me incluyo, que defendemos su música, y adoramos su estilo.

The Chameleons tuvo su época de máximo esplendor en la década de los 80, coincidiendo con mi etapa mas activa, musicalmente hablando, y por tanto, tuve la inmensa suerte de vivir su faceta creativa, y escuchar sus mejores discos. Este post, he decidido dedicárselo al primero de ellos, al álbum debut de la banda. Script of the Bridge.

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Supuso el descubrimiento de una banda genial, muy sui generis, con un estilo propio, incluso gótico, aunque el término aun no se conocía por aquellos años. Es un disco oscuro, muy introspectivo, dirigido a analizarse a uno mismo, sacando todos nuestros defectos, y la interpretación de sus instrumentos canaliza magistralmente, todo este paisaje de emociones. Las guitarras de Reg Smithies y Dave Fielding, se complementan a la perfección, y crean un paisaje sonoro, realmente extraordinario. Siempre he admirado el sonido de una buena guitarra eléctrica, bien tocada, y bien afilada. Y las guitarras de The Chameleons, están en muy buenas manos. Pero no solo eso, también la voz de Mark Burguess, me engancha y me fascina; ese tono tan grave, tan triste y melancólico, pero potente a la vez, participa de ese autopsicoanálisis. Y la batería tan estruendosa, me recuerda a la de Larry Mullen Jr, en Boy, y me hace imaginar, si cierro los ojos, que están tocando en una nave industrial totalmente vacía.

Script of the Bridge, es un compendio de canciones maravillosas y geniales; tienen muchas cosas que me atraen, aparte, lógicamente de la belleza de sus melodías y la instrumentación tan fascinante. Algunas canciones tienen un atractivo extra, y es que constan de dos partes bien definidas, pero dentro del mismo ritmo y tono, es realmente precioso, escuchar el cambio de una parte a otra, pues está maravillosamente bien construida. Es el caso de canciones como por ejemplo, Second Skin, que a partir del minuto 3, es como si cambiáramos de canción, y la melodía es diferente, pero deliciosamente conectada con la primera parte, haciendo un todo muy bello. También es el caso de Pleasure and Pain, o la última del álbum, View from a Hill, que también cambia a partir de casi el minuto 3.

The Chameleons, es una banda muy postpunk, muy ochentera, y con un sonido guitarrero, realmente maravilloso, me declaro fan y admirador de esta banda, The Cameleons me gusta, ¡vaya si me gusta! Y por eso este fantástico álbum, Script of the Bridge, tiene un hueco en La Playlist del Yeyo, no puede ni debe ser menos. Desde este humilde rinconcito musical, quiero dedicarle mi más sincero homenaje a esta gran banda, que no ha tenido el éxito que sin duda merecían, pero que sus muchos pero escondidos seguidores, admiramos con gran devoción. Si eres como yo y valoras esta banda, sígueme atentamente, porque habrá mas discos de ellos. Se lo tienen bien merecido.


Podeis visitar la página de La Playlist del Yeyo, en la que están ubicados todos los videos colgados en el blog, a modo de playlist, incluidos los de los Chameleons, para que los disfruteis todos juntos, y en el orden que querais. También teneis una emisora con La Radio del Yeyo, que contiene los hits de las décadas de finales del siglo XX. Y si buscas una canción o un video que no está en La Playlist del Yeyo, lo puedes localizar en el Buscador del Yeyo, procurando especificar bien el video o canción que quieres localizar.

¡¡Hasta la próxima!!


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