El Billete de Tren Perdido
El ritual matutino del Yeyo, con su café negro humeante y el teclear incansable de su portátil, no era un mero acto de rutina; era un acto de resurrección. Él no se consideraba un crítico, ni siquiera un experto, sino un cronista del tiempo perdido. Desde su ventana en un pueblo de la comarca de Pamplona, donde la niebla de los Pirineos parece retener los ecos de historias no contadas, gestionaba La Playlist del Yeyo. Este espacio digital no era un blog, sino un puerto de arqueología musical, dedicado a desempolvar con la delicadeza de un orfebre esos discos maravillosos que definieron el Siglo XX. Discos que, como viejas fotografías sepia, guardan la banda sonora de una generación y que merecen ser traídos de vuelta a la luz brillante del Siglo XXI. Su misión era doble: que la melancolía de esos sonidos no se extinguiera en el olvido, y que la juventud de hoy redescubriera la belleza, la electricidad y la complejidad de obras que el tiempo, en su implacable carrera, ha intentado silenciar. Yeyo no buscaba el ruido de la actualidad; buscaba el eco profundo de lo auténtico.
Esa mañana, el silencio casi sagrado de su concentración se rompió. Entre la publicidad digital y los avisos, había un sobre físico sobre la mesa. No era un sobre cualquiera: era de color púrpura, grueso, sellado con cera negra, como una invitación a un aquelarre o un decreto real. No tenía remitente ni sello.
Yeyo lo abrió con la paciencia de un arqueólogo. Dentro, no había ni una carta, solo un trozo de cartón. Era un billete de tren. No de los modernos de alta velocidad, sino de un viaje llamado:
KUNDALINI EXPRESS
VIAJE SIN RETORNO
Destino: La Estación / Andén 1986.
La fecha, escrita a mano en tinta dorada, marcaba un día de noviembre de 1986.
“Kundalini Express”. Yeyo tecleó el nombre en la barra de búsqueda de YouTube y la conexión fue inmediata. Love and Rockets. El álbum Express.
La voz profunda y el groove bailable, hipnótico y oscuro de "Kundalini Express" llenaron la pequeña cocina. Yeyo conocía el disco, por supuesto, pero la canción sonaba ahora como una orden, un motor arrancando que vibraba más allá del altavoz. Un billete de tren sin retorno. La canción misma, con su ritmo incesante y su crescendo de energía pura, se sentía como una llamada al despertar, una explosión de consciencia.
El rock psicodélico-gótico retumbaba en el espacio mientras Yeyo miraba el billete de nuevo. La energía que emitía el tema era una fuerza pura, como la explosión del misil y el corazón en la portada alternativa que había imaginado para el álbum. Pero el verdadero misterio no era la música, sino el destino: “La Estación”.
Yeyo sacó su móvil, buscando en foros y hemerotecas digitales, el portal que conecta el siglo XXI con el XX. Encontró referencias dispersas: "La Estación", un complejo industrial de almacenes abandonados al noroeste de la ciudad, cerca de una vía férrea en desuso. En los ochenta y noventa, había albergado un legendario teatro underground conocido por su atmósfera decadente y su selección musical vanguardista. Los lugareños, incluso ahora, susurraban que Love and Rockets había tocado allí su último concierto como banda, justo antes de que el lugar cerrara para siempre. Una leyenda que nunca nadie había podido verificar.
El periodista se levantó, cerró el portátil con la historia ya palpitando en su mente. La Playlist del Yeyo necesitaba esa historia. Era un viaje al pasado, un billete de tren hacia un enigma musical que, si lograba descifrar, le daría la clave de por qué ciertos discos, como Express, se niegan a morir.
Elvira, la archivera del éter, apareció en el momento justo en que el Yeyo estaba a punto de rendirse ante una puerta metálica oxidada.
"Ahí no conseguirás nada, chico. Solo te llevarás una multa y una dosis de tétanos," dijo la voz seca y cortante.
"Soy el Yeyo," se presentó. "Vengo de Burlada, estoy buscando información sobre un concierto que se dio aquí en el ochenta y seis. Sobre una banda que, dicen, terminó su camino en este sitio. Love and Rockets, y su disco Express."
Elvira lo estudió, su mirada tan afilada como un fragmento de vidrio. "¿Y qué tiene que ver eso contigo? ¿Eres un coleccionista? ¿Un voyeur de la nostalgia?"
El Yeyo sonrió con esa mezcla de ambición y reverencia que caracteriza al buen cronista. "Soy un periodista, pero mi trabajo es más bien el de un arqueólogo. Dedico mi tiempo a desempolvar esos sonidos del Siglo XX que el tiempo ha intentado silenciar. Escribo para un blog, La Playlist del Yeyo. Tengo la sospecha de que la historia de esta banda y este álbum es, en realidad, la historia de la ambición, la dualidad y lo que sucede cuando un grupo encuentra un sonido tan perfecto que es insostenible. Este teatro, El Yin y el Yang, es la escena del crimen artístico."
Elvira sonrió levemente, una expresión que no suavizó su rostro, sino que lo hizo parecer aún más sabio. Sacó una llave gigantesca de su bolsillo. "Me gusta que uses la palabra 'tensión'. Pasa. Si vienes a hablar de Express, yo fui quien llevó el escenario. Pero te advierto: la verdad siempre es más ruidosa que la leyenda."
Al cruzar la pesada puerta, el Yeyo no entró en un almacén viejo; entró en una catedral de la decadencia.
La sala principal del teatro El Yin y el Yang era enorme, un caparazón vacío que devoraba la luz y el sonido. No era el olor a humedad y polvo lo que dominaba, sino una fragancia a incienso rancio mezclado con el dulzor químico de la laca para el pelo y el sudor de miles de noches de baile. Las paredes de ladrillo visto estaban cubiertas con rastros de carteles antiguos, murales psicodélicos a medio borrar y grafitis que parecían firmas de fantasmas. Los terciopelos de las butacas, donde aún existían, estaban rasgados, dejando al descubierto la espuma amarilla, y la luz del atardecer que se colaba por las claraboyas rotas del techo iluminaba partículas de polvo danzando en haces dorados y rojizos.
El escenario, el verdadero corazón del lugar, era un altar. La telaraña que cubría el viejo telón carmesí no lo hacía menos majestuoso, sino que lo convertía en una cortina bordada en el tiempo, una pieza de arte textil que atestiguaba la grandeza perdida. Yeyo se detuvo en el centro de la sala, sintiendo bajo sus pies el cemento pulido que una vez fue una pista de baile salvaje. Uno podía escuchar, en el silencio, el rugido de la guitarra de Daniel Ash y el groove bailable y lúgubre que el "Kundalini Express" fantasma, aún no había terminado de arrancar. El teatro era un reflejo del disco: un lugar donde lo oscuro y lo bailable, lo pop y lo gótico, seguían en perfecto y desordenado equilibrio, la esencia misma del Express.
Elvira se dirigió al escenario. "Ellos eran geniales, ¿sabes? Salían de una banda monumental, pero no querían ser esa banda. Querían ser Love and Rockets. Pero había una lucha constante. El guitarrista quería la oscuridad filosófica, el arte puro. El bajista y el batería querían que la gente sintiera el ritmo, que bailara. Querían vender discos."
"El Yin y el Yang," asintió el Yeyo, observando el antiguo cableado tirado por el suelo. "El nombre del teatro no es casual, y la crítica musical lo detectó en el álbum. Es un disco que te obliga a balancearte entre lo oscuro y lo eufórico."
Elvira se sentó en un amplificador oxidado, con la autoridad de quien conoce cada tornillo de ese lugar. "El disco Express no es bueno a pesar de esa dualidad, sino gracias a ella. Por ejemplo, en su sencillo más popular, los llamaban los 'Flowerpot Men' por su actitud enigmática, y la canción era un himno a la contradicción."
"Es esa la genialidad de Express," dijo el Yeyo, con un brillo en los ojos de periodista que encuentra su ángulo. "Consiguieron que dos polos opuestos, lo bailable y lo lúgubre, no se anulasen. Al contrario, se potenciaron. La pista 'Yin and Yang (The Flowerpot Man)' te lanza sintetizadores pop que te invitan a saltar, pero la letra, si la escuchas de verdad, te obliga a pensar en las contradicciones de tu alma. El disco es la aceptación sonora de que la vida es ambas cosas a la vez, y esa dualidad es la que les dio su energía casi mística, su 'Kundalini' particular. Es por eso que, para mí, este es el disco que mejor define su legado."
"Pero la discográfica no quería misticismo, Yeyo," replicó Elvira, la sombra de la nostalgia oscureciendo su rostro. "Querían el pop bailable, querían el 'Yang'. Querían que abandonaran el 'Yin'. Y esa batalla, la de la pureza artística contra el éxito comercial, fue lo que los rompió. Al final, no supieron si lo que habían creado en ese álbum era genuino o si era solo..." Se detuvo, su voz rasposa.
"¿Todo en su mente?" completó el Yeyo, citando el título de la siguiente canción que había escuchado del álbum, sintiendo la conexión como un escalofrío.
Elvira condujo al Yeyo a lo que había sido el camerino principal. Estaba destrozado, pero sobre una mesa rota, bajo una capa de suciedad, había un viejo espejo. El Yeyo se miró, y por un momento, la emoción del misterio se desvaneció, reemplazada por una punzada de auto-duda.
¿Qué estás haciendo aquí, Yeyo? resonó una voz en su cabeza. ¿Un billete de tren de 1986? ¿Un teatro abandonado? ¿No es esto solo una elaborada invención de un fanático que quiere ver fantasmas donde solo hay polvo? ¿Tu propio sueño de traer el pasado al presente, es real o es un espejismo?
El groove lento, más arrastrado y dubitativo de la canción "All in my Mind" se apoderó de la escena, como el soundtrack perfecto para la incertidumbre. Elvira, como si leyera la duda del periodista, señaló un punto en la pared.
"Mira esto," le dijo.
Era un viejo poster, medio rasgado, pegado a la pared con cinta de carrocero envejecida. Anunciaba una serie de conciertos con un logo llamativo: A-D.
"Esa era la gira con la que esperaban 'conquistar el mundo'," explicó Elvira con ironía. "El sello les había prometido fama global, estadios llenos. Querían que se convirtieran en estrellas del mainstream. Querían que abandonaran el 'Yin y el Yang' en favor de un sonido más comercial. Querían que el Kundalini Express se convirtiera en un tren turístico."
"Estaban persiguiendo el 'An American Dream'," afirmó el Yeyo, la niebla del misterio disipándose para revelar la tragedia. "La promesa de la fama a cambio de su esencia."
"Exacto," asintió Elvira. "Esa noche, justo aquí, en El Yin y el Yang, tuvieron una pelea monumental. Uno quería ir a América y firmar el gran contrato. El otro quería quedarse y hacer música para su alma. Escuché los gritos desde la cabina de sonido. Era la lucha interna del propio álbum, llevada a la vida real."
Elvira se puso de pie y se dirigió a una caja polvorienta... El líder de la banda, el que era un genio atormentado... Garabateó esta nota antes de subirse a su coche y desaparecer en la noche. La banda sobrevivió, sí, grabaron más discos, pero no como la conocíamos, no con la misma alma. Aquella formación, aquella química, la tensión perfecta que creó Express, murió aquí en El Yin y el Yang. El Kundalini Express tomó otra vía.
La nota, pasada de mano en mano a través de las décadas, decía: “El sueño americano es un billete sin destino si no sabes quién eres al subir al tren. Este Kundalini Express se queda en el andén de la verdad.”
La canción, con su marcha rítmica y su letra de ambición y desencanto, sonó como un epitafio para el teatro, para la banda y para la ilusión de que el arte puede dominar al mercado.
Yeyo sintió un escalofrío final, entendiendo que el billete del "Kundalini Express" que llevaba en el bolsillo no era solo una reliquia, sino un espejo de su propio conflicto. El misterio no era sobre un concierto perdido, sino sobre el legado de la autenticidad y el precio de la dualidad.
El Yeyo pensó en La Playlist del Yeyo. Había estado tentado por las métricas, por adaptar su prosa melancólica y profunda a títulos más virales, a reseñar hits que le traerían la gran audiencia que tanto anhelaba. Quería que su trabajo, la exhumación de esos grandes álbumes del Siglo XX, llegara a más gente, sí, pero la tentación de convertirse en un crítico superficial que solo buscaba el click fácil era un veneno lento. El disco Express había triunfado porque encontró el equilibrio, esa tensión perfecta entre lo oscuro y lo bailable. El error de la banda ficticia fue intentar anular su 'Yin' (su esencia artística) por el brillo fácil del 'Yang' (el éxito comercial).
"El billete es una advertencia, Elvira," le dijo el Yeyo, apretando el cartón púrpura. "Una advertencia para mí, para La Playlist del Yeyo. Querían un billete rápido al 'An American Dream', y olvidaron que el verdadero viaje ya estaba en marcha. Yo también quiero crecer, quiero más audiencia, pero me niego a dejar de escribir con mi estilo, con mi voz, con el corazón, y de lo que mas me gusta, la música, aunque tenga que conformarme con una audiencia pequeña."
Elvira sonrió con la sabiduría de quien ha visto muchos trenes partir. "El Kundalini Express solo arranca cuando miras hacia adentro, Yeyo. El éxito comercial es el destino que te marca el mapa de otros. El camino que amas, el camino de tu estilo, ese lo marcas tú. El mundo está lleno de trenes que van a América. El tuyo es especial porque va a la verdad. Sigue desempolvando esos discos a tu manera. Sigue haciendo lo que sientes."
El Yeyo asintió. Se dio cuenta de que su verdadero objetivo no era la cifra de audiencia, sino la resonancia. Podía tener una audiencia más pequeña, pero si esa audiencia sentía la misma emoción al desenterrar un álbum del Siglo XX, si sentían la electricidad de sus palabras, entonces su misión estaba cumplida. La lección del Express, de los Love and Rockets era simple: hay que seguir en el andén de la verdad, aunque el tren del éxito masivo pase de largo.
"La música que te lleva a la iluminación," concluyó el Yeyo mientras se dirigía a la salida, "es aquella que te permite ver la oscuridad y el brillo a partes iguales. Y ese, ese es el viaje de La Playlist del Yeyo."
Epílogo y Reseña
Express, el segundo álbum de la banda británica Love and Rockets, fue lanzado el 29 de septiembre de 1986 bajo el sello Beggars Banquet Records en el Reino Unido y Big Time Records en Estados Unidos. La banda, formada por los ex-miembros de Bauhaus, Daniel Ash (guitarra, voz), David J (bajo, voz) y Kevin Haskins (batería), buscó en este trabajo consolidar su identidad propia, alejándose de las sombras del post-punk gótico para adentrarse en territorios más bailables, psicodélicos y abiertamente pop.
A diferencia de su debut introspectivo, Seventh Dream of Teenage Heaven, Express fue recibido por la crítica de la época con una mezcla de cautela y fascinación. La prensa musical lo catalogó como un disco "esquizofrénico" debido a la fuerte dualidad de su sonido: por un lado, temas altamente accesibles y rítmicos como “Kundalini Express” o “All in my Mind”, y por otro, experimentaciones sonoras y atmósferas densas. Esta mezcla, sin embargo, fue precisamente la clave de su éxito comercial inicial, especialmente en Norteamérica. El álbum se convirtió en el primero del grupo en entrar en el Top 100 de la lista Billboard 200 de Estados Unidos, alcanzando el puesto número 72.
El sencillo “Yin and Yang (The Flowerpot Man)” se destacó como una de las piezas más emblemáticas de la placa, un himno a la contradicción que fusionaba sintetizadores new wave con la profundidad lírica de sus raíces góticas. Aunque las cifras de ventas específicas de 1986 son difíciles de precisar sin los datos oficiales de la discográfica, el impacto de Express fue suficiente para catapultar a Love and Rockets a un estatus de banda de culto con un amplio atractivo comercial, preparando el terreno para su éxito masivo posterior, con el álbum homónimo de 1989.
Con el paso de los años, la percepción de Express ha madurado. La crítica actual lo califica no como un disco dualista, sino como un álbum visionario que prefiguró la fusión de géneros que dominaría la música alternativa a principios de los 90. Es valorado como una obra clave del alternative rock de la década, celebrada por su valentía al mezclar lo sagrado (la búsqueda espiritual, la intensidad lírica) con lo profano (el ritmo bailable, la accesibilidad pop). Hoy en día, Express es considerado una pieza esencial en la discografía de Love and Rockets, una demostración de su capacidad para trascender el legado de su banda anterior y forjar su propia senda con un sonido que es, a la vez, oscuro, exuberante y eternamente moderno.
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La Opinión del Yeyo
En el momento que escuché y disfruté, por primera vez a los Love & Rockets, y durante el tiempo que estuvieron en boga, y también, entre mis gustos musicales, no supe, en ningún momento, que venían del antiguo Bauhaus. Conocía esta banda, pero solo de oídas, no había escuchado nada de ellos. Con el tiempo, me enteré de los orígenes de Love & Rockets, y me entró la curiosidad. Si estos tíos, pensé, son capaces de hacer tan buena música, su banda anterior también debe ser buena. Esa es la conclusión a la que llegué. Pero me equivoqué. Escuché a Bauhaus, y la verdad, se me atragantó. No digo que sea mala, ojo, pero a mi no me entró. Era demasiado oscura, tenebrosa, rara... no me convenció. Lo siento por sus fans, se que es una banda de culto, y su música cala entre sus seguidores, pero a mi no me llegó.
En cambio, esos mismos tíos, forman una nueva banda, Love & Rockets, y el cambio es como de la noche al día. Por lo que se refiere a este maravilloso Express, la música es totalmente diferente, tiene tintes oscuros, y sus guitarras, son muy desgarradas, pero esto si me engancha, si me atrae. Lo hizo en su momento, y lo sigue haciendo ahora, en pleno siglo XXI. Escucho la canción del Kundalini Express, y se me pone la piel de gallina. Recuerdo haber bailado en mi pub de referencia, el Yin y el Yang, y haberla gozado hasta la extenuación. Y escuchar el temazo “All in my Mind”, en sus dos versiones, es una perfecta maravilla. Es de una dulzura increíble, parece de otra banda, es mas melódica, mas pop, como hecha para la radio. Y me encanta.
El disco es buenísimo, desde el primer tema, hasta el último, y este no puede ser mas bello que el sueño americano. Una primera parte en plan balada, ¡preciosa! Y luego cambia en su segunda parte, más movido, más rítmico, y acorde con el nivel que dan los Love & Rockets en este fantástico trabajo. No puedo valorarlo mejor, es una discazo, y La Playlist del Yeyo tiene que incorporarlo a su repertorio, sí o sí. Y vendrán mas...
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