"Y si entras mas en profundidad en el álbum, te encuentras con preciosidades como 'La puerta de al lado', 'Diez años después', o 'Todavía una canción de amor', la que escribió Sabina."
En esta entrega:
- 1. La Puerta de al lado (Narrativa)
- 2. El Archivo Multimedia (Vídeo)
- 3. El Podcast del Yeyo (Audio)
- 4. Epílogo y Reseña técnica
- 5. La Opinión del Yeyo
La puerta de al lado
El polvo bailaba en los haces de luz que cruzaban el salón de Julián, ajeno a la angustia de su dueño. Eran las siete de la tarde en un Madrid que empezaba a encender sus luces de neón, pero en aquel cuarto piso de la calle del Pez, el tiempo parecía haberse detenido en un bucle de desidia. Julián, que una vez fue el cronista más afilado de la noche madrileña, el hombre que convertía el humo de los bares en literatura de éxito ahora solo era una sombra que observaba una pantalla en blanco.
Su última novela estaba estancada en la página cuarenta y dos desde hacía meses. El detective que debía resolver un crimen en las tripas de la ciudad se había quedado mudo, tan vacío de palabras como su creador. Julián se levantó de la silla, el cuero crujió bajo su peso, y caminó hacia la ventana. Abajo, la vida seguía: el murmullo de las terrazas, el claxon de un taxi, el eco de una ciudad que nunca pide permiso para continuar.
El Archivo Multimedia
El apartamento era un catálogo de nostalgias. Discos de vinilo apilados sin orden, libros con las esquinas dobladas y esa vieja máquina de escribir que ya solo servía de pisapapeles sobre los manuscritos rechazados. Julián se pasó la mano por la barba y suspiró. Se sentía como un náufrago en tierra firme, alguien que había perdido la conexión con el pulso de la realidad. Había intentado escribir sobre el amor, sobre el odio, incluso sobre el olvido, pero todo le sonaba impostado, como una canción mal afinada.
La soledad es silenciosa, pero en los edificios antiguos de Malasaña, el silencio tiene grietas. Las paredes del número 12 eran de un tabique tan fino que, a veces, Julián sentía que compartía piso con desconocidos. Escuchaba el tintineo de las cucharas en el desayuno de la vecina del 4A, el llanto de un niño en el 3B y, de vez en cuando, el arrastrar de muebles de alguien que acababa de mudarse a la puerta de al lado, el 4B.
Fue precisamente en ese instante de vacío absoluto, cuando Julián se servía el tercer whisky sin hielo de la tarde, cuando el aire cambió. No fue un ruido molesto; fue una vibración. Un golpe seco de percusión, orgánico y cálido, que pareció atravesar el ladrillo y el papel pintado para instalarse directamente en su pecho. Era el sonido de una banda que no pedía permiso, que entraba en la habitación con la chulería de quien sabe que tiene algo importante que decir.
El Podcast del Yeyo
Julián dejó el vaso sobre la mesa. Conocía ese sonido. Era el sonido de una época en la que las guitarras todavía tenían alma y las letras no se andaban con rodeos. La nueva inquilina del 4B no solo tenía buen gusto; tenía el disco que Julián necesitaba escuchar sin saberlo.
El ritmo se intensificó. El bajo empezó a caminar con una elegancia que solo los músicos que han mamado el rock y el tango son capaces de ejecutar. Julián se acercó a la pared divisoria, apoyando la frente en el frío muro. Entonces, la voz de Andrés Calamaro, arrastrada, canalla y perfecta llenó el vacío de su salón. Era la Milonga del marinero y el capitán, de Los Rodriguez
Era el comienzo de una historia que hablaba de puertos, de traiciones y de un capitán que cambió su destino por una mujer. Era el arranque de "Palabras más, palabras menos", del álbum que en 1995 cambió las reglas del juego del rock en España.
—Vaya —susurró Julián para sí mismo—. Has empezado por todo lo alto, vecina.
Aquella canción, la "Milonga del marinero y el capitán", era la carta de presentación perfecta. Un híbrido imposible entre la rumba, el rock y el aire de puerto que solo Los Rodríguez sabían cocinar. Julián recordó cómo aquel tema inundó las radios, pero sobre todo, cómo demostró que se podía ser extremadamente comercial sin perder un ápice de credibilidad callejera. El texto de su novela, de repente, le pareció menos pesado. Si ese capitán había sido capaz de dejarlo todo por un amor en tierra, quizá él podría dejar atrás su bloqueo por una melodía.
Pasaron los minutos y la última nota de la milonga se desvaneció en el aire, dejando tras de sí un silencio que ya no era pesado, sino expectante. Julián se quedó allí, con la mano apoyada en la pared, sintiendo el hormigueo de la curiosidad. Escuchó el sonido de unos pasos ligeros al otro lado, el chasquido de un mechero y, de nuevo, la aguja —o el láser— buscando la siguiente pista.
El segundo corte del álbum, Palabras más, palabras menos, entró con un riff de guitarra que era puro rock and roll clásico, con ese aroma a los Rolling Stones que Ariel Rot siempre supo inyectar en la banda. Era una declaración de principios sobre la comunicación humana, sobre los silencios que dicen más que los discursos.
Julián sonrió. "Palabras más, palabras menos". Era casi una ironía que su vecina hubiera elegido precisamente ese tema. Él, que se ganaba la vida (o lo intentaba) encadenando adjetivos, se sentía identificado con esa letra que hablaba de la economía de las palabras. Se dio cuenta de que llevaba meses intentando escribir una obra maestra y se había olvidado de lo más básico: contar una verdad.
Se acercó a su escritorio, pero no al ordenador. Arrancó una hoja de un cuaderno viejo y, con un bolígrafo que encontró bajo una pila de facturas, escribió con letra rápida y nerviosa:
"Gracias por el rescate. Llevaba tres meses en silencio y tu música acaba de abrir una grieta en el tabique. Ese riff de Ariel es el mejor despertador que he tenido en años. ¿Sabías que este disco se grabó en un momento en que la banda apenas se hablaba, pero que en el estudio la magia seguía intacta?"
Dobló el papel con cuidado. Salió al rellano, un espacio estrecho decorado con baldosas de principios de siglo y un olor perpetuo a cera de muebles. Se arrodilló frente a la puerta del 4B —una madera noble, oscura, con una mirilla de bronce— y deslizó la nota por la rendija inferior.
Apenas se había puesto en pie cuando escuchó el rumor de unos dedos recogiendo el papel al otro lado. Su corazón dio un vuelco impropio de un tipo de cuarenta años curtido en mil batallas literarias. No pasaron ni dos minutos cuando un nuevo trozo de papel, esta vez una servilleta de un bar cercano, asomó bajo su puerta.
"Me alegra que mi vecino sea un entendido. Los Rodríguez son la única medicina para los días grises. Se nota que conoces la historia: este disco es pura tensión convertida en arte. Pero no te quedes en la superficie; ahora viene la poesía prestada. Escucha con atención".
Julián volvió a su salón justo cuando los acordes de una guitarra acústica daban paso a una melodía que olía a despedida y a esperanza a partes iguales. Era la colaboración definitiva. Todavía una canción de amor
—Sabina... —susurró Julián.
No hacía falta ser un experto para notar la pluma del genio de Úbeda en cada verso. Sin embargo, lo que Julián siempre admiró de este tema es cómo Los Rodríguez lo hicieron suyo. Mientras escuchaba, Julián empezó a teclear. No era su novela, era una reseña espontánea para el blog que siempre quiso escribir y nunca se atrevió.
"Lo increíble de 'Todavía una canción de amor' es que no suena a Sabina siendo Sabina. Suena a Calamaro dándole una nueva vida a esas palabras. Es el equilibrio perfecto: la lírica de bar de Joaquín con el pulso eléctrico de una banda que estaba en su cénit técnico. Es la prueba de que en 1995, Los Rodríguez eran el puente que unía todos los mundos musicales de España".
La música no se detuvo. Clara, como decidió llamarla en su mente basándose en el nombre que figuraba en el pequeño buzón del portal, parecía estar pinchando el álbum para él, seleccionando los momentos de mayor impacto emocional. De repente, el salón se llenó de un aire diferente. Un aroma a rumba, a palmas y a una melancolía que te hacía querer bailar mientras llorabas. Para no olvidar
Aquella canción era la joya de la corona. Julián cerró los ojos y se dejó llevar por el punteo inicial de Ariel Rot. En su mente, empezó a ver a su detective caminando por la Gran Vía bajo la lluvia, con el ritmo de esa rumba marcando sus pasos. El bloqueo se había evaporado.
Volvió a la puerta y deslizó otra nota:
"Si 'Para no olvidar' no es la mejor rumba-rock de la historia de este país, que baje Dios y lo vea. Ese solo de guitarra es lo más parecido a un suspiro que he oído nunca. ¿Cómo puedes escuchar esto y no sentir que Madrid es la capital del mundo?"
La respuesta de Clara llegó antes incluso de que él se levantara del suelo. Estaba tan cerca que podía oír su respiración al otro lado de la madera.
"Madrid fue suya durante aquel año. Pero no te pongas tan intenso, Julián. El disco también es diversión. También es el '¿bailas?' que se dice con una cerveza en la mano y el sol saliendo por la Castellana".
Y pinchó Mucho Mejor
El ritmo contagioso de "Mucho mejor" hizo que Julián, por primera vez en meses, soltara una carcajada. Se levantó y, siguiendo el consejo de su vecina, tomó el vaso de whisky y se puso a moverse al ritmo de la canción. El diálogo ya no era solo a través de notas, era un duelo de bailes. Dos apartamentos en Malasaña vibrando al unísono con una canción que es pura vitamina.
El eco de los últimos acordes de "Mucho mejor" dejó a Julián con el pulso acelerado. Hacía meses que no sentía esa urgencia, ese deseo de que el tiempo no se detuviera. Miró la pared, ahora convertida en un altar musical, y esperó. Sabía que Clara no tardaría en mover ficha.
Lo que sonó a continuación, sin embargo, bajó las revoluciones drásticamente. Era una canción con un aire más íntimo, casi confesional, con ritmo, pero suave. Una melodía que parecía deslizarse por las rendijas del parqué. La puerta de al lado
Julián se quedó helado en medio del salón. La letra de la canción describía, con una precisión casi mágica, lo que estaba ocurriendo en ese mismo instante. Alguien que escucha a través de la pared, alguien que imagina una vida al otro lado sin atreverse a cruzar el umbral. Los Rodríguez, o quizá el destino, estaban narrando su propia historia en tiempo real.
Se acercó a la puerta del rellano. No hizo falta que escribiera ninguna nota esta vez. Escuchó el sonido de la cerradura de Clara. Un clic metálico, seco, que en el silencio del pasillo sonó como el martillo de una pistola. La puerta del 4B se abrió apenas unos centímetros, dejando escapar un haz de luz amarillenta que cortó la penumbra del pasillo como un bisturí.
Julián salió al rellano. Allí estaba ella, apoyada en el marco de la puerta. Clara era tal como la música de Los Rodríguez: una mezcla de elegancia y caos, con una mirada que parecía haber visto demasiadas madrugadas pero que aún conservaba un brillo de curiosidad infantil. Llevaba unos auriculares descansando sobre los hombros y una copa de vino en la mano.
—Es el penúltimo tema del disco —dijo ella con una voz suave, ligeramente ronca—. Siempre me ha parecido la canción más honesta de Calamaro. Esa forma de admitir que a veces preferimos la fantasía de lo que hay al otro lado de la pared antes que la decepción de la realidad.
—A veces la realidad supera a la fantasía —respondió Julián, dando un paso hacia ella—. Tu música ha conseguido que mi detective vuelva a caminar por las calles de Madrid. Te debo una novela.
Clara sonrió, y por un momento, Julián olvidó el bloqueo, el whisky barato y la soledad de su apartamento.
—No me debes nada, vecino. Solo me debes un baile para la última canción. Es la que cierra el círculo. 1995 estaba terminando, el grupo se estaba rompiendo, y aun así, nos dejaron esto para que supiéramos que, pasara lo que pasara, Diez años después seguiríamos aquí.
La música de "Diez años después" empezó a llenar el pasillo. Es una canción de balance, de mirar atrás sin ira pero con la sabiduría que dan las cicatrices. Julián y Clara se quedaron allí, en ese espacio fronterizo que es un rellano, ni dentro ni fuera, ni juntos ni separados.
—¿Qué pasará diez años después, Clara? —preguntó él, casi en un susurro, mientras la voz de Calamaro se preguntaba lo mismo en la grabación.
—No lo sé —respondió ella, dando un paso atrás hacia la seguridad de su salón—. Pero mientras este disco siga girando, siempre habrá una puerta de al lado que valga la pena escuchar.
Clara no cerró la puerta del todo, pero tampoco lo invitó a entrar. Dejó el espacio justo para que la música siguiera fluyendo entre los dos apartamentos. Julián volvió a su escritorio, pero esta vez sus dedos no dudaron. Empezó a escribir el capítulo final de su novela, con el ritmo de Los Rodríguez marcando el compás de su corazón.
La historia de Julián y Clara quedó ahí, suspendida en ese acorde final que se desvanece lentamente. Tal vez mañana él llamaría a su puerta con una botella de vino. Tal vez ella pondría otro disco para volver a empezar el juego. Pero esa noche, en la calle del Pez, el rock and roll había cumplido su misión: salvar a dos almas del naufragio.
Epílogo y Reseña
Palabras más, palabras menos no fue solo un disco; fue el testamento de una de las bandas más influyentes de la historia del rock en español, Los Rodriguez. Publicado el 4 de abril de 1995, este álbum representó el cénit creativo de la unión entre el talento compositivo de Andrés Calamaro y la maestría guitarrística de Ariel Rot. Bajo la producción del neoyorquino Joe Blaney, el grupo logró un sonido cristalino y potente que vendió más de 300.000 copias solo en España, alcanzando el número uno en las listas de éxitos durante semanas.
La crítica de la época, inicialmente sorprendida por la inclusión de rumbas y aires de milonga en un contexto de rock, terminó rindiéndose ante la evidencia de canciones que hoy son himnos intergeneracionales. Temas como "Para no olvidar" o "Mucho mejor" definieron el sonido de una década y borraron las fronteras musicales entre Argentina y España. Pasados los años, la valoración del disco no ha hecho más que crecer; es considerado una obra maestra de la arquitectura pop-rock, un ejercicio de estilo donde la chulería madrileña y el sentimiento porteño se fundieron para siempre antes de que la banda se disolviera en la cima de su gloria. Hoy, sigue siendo el disco al que todos volvemos cuando necesitamos recordar que el rock, a veces, tiene las palabras justas.
La Opinión del Yeyo
Los Rodriguez son, en mi humilde opinión, una de las bandas, por no decir la banda, que mejor rock compuso en español. Solo sacaron tres discos, y es una pena, pues todos son maravillosos. El que mejor conozco es este Palabras más, palabras menos, es el que mejor difusión tuvo, y el más exitoso. Tiene ese precioso y marcado acento argentino de Calamaro, y de Ariel Rot, y sus melodías son verdaderas obras de arte. Suenan a rock, a Sabina, a rumba y en definitiva, suena estupendamente bien. Ya he incluido a Andrés Calamaro, con su álbum Alta Suciedad, en La Playlist del Yeyo, antes, por lo que ya sabía de lo que era capaz en solitario, después de escucharlo con Los Rodriguez.
En este Palabras más, Palabras menos, se nota su mano poderosamente, deja su sello, y su voz, inconfundible, para enriquecer el disco y las canciones de una manera increíble. Una canción de Sabina, cantada por Calamaro, pues casi me engaña, y me parece del argentino. Aunque no, esa letra es sabiniana pura. O también la aportación del otro argentino, Ariel Rot, que tanto nos recuerda a nuestro Tequila del alma. Me encanta la canción Mucho mejor, por su enorme optimismo, su alegría, te imbuye de buen rollo, de euforia, y te hace bailar, moverte, en fin... Y como olvidarme de la Milonga del marinero y el capitán. Una preciosidad, la he bailado y la he disfrutado muchas veces, en la radio, y posteriormente en mi coche, en un CD de esos regrabables. Y si entras mas en profundidad en el álbum, te encuentras con preciosidades como La puerta de al lado, Diez años después, o Todavía una canción de amor, la que escribió Sabina.
Es un pedazo de disco, este Palabras más, Palabras menos. Los Rodriguez, aun estando con problemas entre ellos, supieron sacar uno de los mejores discos de rock en español de los 90, y en mi humilde opinión, una preciosidad de disco, con tremendas canciones, que se han convertido en himnos, con el tiempo. La Playlist del Yeyo, debe incluirlo en su repertorio, y lucirlo con todos los honores.
Si eres admirador, fan, o simplemente te apetece seguir leyendo cosas de Los Rodriguez, o de algunos de sus miembros, como por ejemplo Andrés Calamaro, pincha en el siguiente disco, Alta Suciedad,
Podeis visitar la página de La Playlist del Yeyo, en la que están ubicados todos los videos colgados en el blog, a modo de playlist, incluidos los de Los Rodriguez, para que los disfruteis todos juntos, y en el orden que querais. También teneis una página con el Catálogo que contiene todos los discos que tiene relatados y analizados, La Playlist del Yeyo. Y si buscas una canción o un video que no está en La Playlist del Yeyo, lo puedes localizar en el Buscador del Yeyo, procurando especificar bien el video o canción que quieres localizar.
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