
Divorcio al Ritmo de Rumours
La sala de audiencias del Tribunal de Familia de Londres era un monumento a la sobriedad británica. Paredes paneladas de roble oscuro, que parecían haber absorbido siglos de lamentos conyugales, proyectaban una seriedad casi palpable. Los ventanales góticos, altos y estrechos, filtraban la tenue luz londinense, arrojando haces perezosos sobre el polvo suspendido en el aire. En el centro, una larga mesa de madera pulida separaba a las partes enfrentadas, mientras que dos hileras de bancos de cuero gastado esperaban a los observadores que nunca llegaban. En lo alto, el estrado del juez, imponente y elevado parecía un trono desde el que se dispensaba justicia con la paciencia de un monje zen. El aire estaba cargado, no solo de antigüedad, sino de una tensión que crepitaba como un cable de alta tensión a punto de romperse, salpicada por el ocasional gruñido ahogado de Isabella y el resoplido exasperado de Julian.
En un lado de la mesa, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, se encontraba Isabella Montague, una mujer que parecía hecha de alfileres, vestida con un traje de tweed tan rígido como su postura. A su lado, su abogada, la señorita Eleanor Vance, una joven de aspecto primoroso con gafas de montura fina, intentaba en vano susurrarle consejos tranquilizadores, que Isabella ignoraba con el desprecio de una reina ante un plebeyo. Al otro lado, desparramado en su silla como si estuviera en el sofá de su casa, estaba Julian Thorne, un hombre de complexión fornida y una barba desaliñada, cuya camisa blanca parecía haber librado una batalla contra una lavadora sin suavizante. Su abogado, el señor Giles Pemberton, un caballero mayor con una papada imponente, suspiraba con resignación, sabiendo que su cliente era un campo de minas andante.
En el estrado, el Juez Alistair Finch, un hombre de unos sesenta años con un bigote poblado y unos ojos que reflejaban un cansancio existencial, se ajustaba las gafas. Había presidido innumerables divorcios, pero el caso de Isabella y Julian prometía batir todos los récords de absurdidad.
“Señorita Montague, señor Thorne”, comenzó el juez, su voz resonando con una autoridad que apenas disimulaba su creciente jaqueca. “Hemos estado aquí durante tres horas, y lo único que he escuchado es quién le puso el nombre al canario que murió en el 2012 y si el asiento del coche tiene una mancha de chocolate de hace siete años que el otro no ha limpiado. ¿Podríamos, por favor, centrarnos en la división de bienes de forma civilizada?”
“¡Civilizada!”, chilló Isabella, levantándose de golpe y haciendo que su abogada tropezara. “¡Civilizada fue la palabra que usó él! ¡Cuando me dejó el hámster solo en casa durante una semana! ¡Por irse a un festival de cerveza en Múnich!”
“¡Era un festival artesanal, Isabella! ¡Y el hámster tenía comida y agua para un mes! ¡Y me lo echas en cara ahora que estamos discutiendo por el apartamento de Londres!” Julian se levantó también, apoyando las manos en la mesa, su rostro enrojecido. “¡Ese apartamento lo pagué yo! ¡Tú solo pusiste los visillos!”
“¡Los visillos diseñados por Laura Ashley! ¡Valorados en más de mil libras! ¡Y sin ellos, ese antro habría sido inhabitable, Julian! ¡No soy como tu perro, Hércules, que parece salido de un vertedero!”
El señor Pemberton se pellizcó el puente de la nariz. La señorita Vance tosió discretamente, intentando sin éxito que Isabella volviera a sentarse. El Juez Finch cerró los ojos, el cansancio tornándose en desesperación. Un pensamiento peregrino, rozando la desesperación, cruzó su mente. Llevaba años lidiando con almas rotas y matrimonios deshechos, pero nunca había presenciado tal grado de puerilidad. Había escuchado rumores sobre métodos alternativos en tribunales de California, terapias de choque con cuencos tibetanos o clases de yoga obligatorias. Esto era Londres, no Venice Beach, y el pragmatismo británico rara vez se desviaba hacia lo esotérico. Aun así, el rostro de Isabella, crispado por la ira, y la risa histérica de Julian, que sonaba como un pato en apuros, le hicieron pensar: ¿qué tenía que perder? Cualquier cosa era mejor que escuchar otra vez sobre el canario o el hámster.
“¡Silencio!”, rugió el juez, golpeando su mazo con tal fuerza que ambos abogados saltaron. “¡Esto es inaudito! ¡Una farsa! ¡Y no voy a permitir que continúe!” Se reclinó en su asiento. “He visto de todo en esta sala, pero su… pasión por la recriminación mutua es de proporciones épicas. Y francamente, me está dando dolor de cabeza. Creo que necesitamos un cambio de ambiente, una… perspectiva.”
Miró a su secretario, que lo observaba con una ceja levantada. “Señor Davies, ¿podría, por favor, encontrarme un tocadiscos y el disco ‘Rumours’ de Fleetwood Mac? Sí, ‘Rumours’. El álbum de la banda que se estaba divorciando mientras lo grababan. Creo que nos proporcionará la banda sonora perfecta para este… proceso.”
Hubo un silencio atónito. Isabella y Julian se quedaron con la boca abierta, incapaces de articular una objeción. Los abogados se miraron entre sí, preguntándose si el juez había perdido la cabeza. Poco después, un viejo tocadiscos portátil, algo polvoriento, apareció en una mesa auxiliar. El Juez Finch, con la solemnidad de un director de orquesta, colocó el vinilo. El suave crepitar de la aguja al posarse en el surco llenó la sala.
La primera canción comenzó. La guitarra rítmica y la voz distintiva de Lindsey Buckingham llenaron el espacio, hablando de separación y decisiones.
Go Your Own Away
El juez Alistair Finch esperó a que la canción terminara, la última nota de guitarra desvaneciéndose en el aire. “Ah, ‘Go Your Own Way’”, dijo con un tono casi melancólico. “Una pieza vibrante, ¿no creen? Lindsey Buckingham la escribió sobre su ruptura con Stevie Nicks, justo en medio de la grabación de este disco. Es una declaración de independencia, de seguir tu propio camino, de soltar lo que ya no funciona. Pero fíjense bien, incluso en la confrontación, hay una energía compartida, una historia que los une, aunque solo sea en el acto de separarse. Señor Thorne, ¿recuerda esa vez que compró ese… ¿coche, era? Y la señorita Montague insistía en que no cabría en el garaje, pero usted lo logró por pura cabezonería?”
Julian se removió, un atisbo de sonrisa asomando en su barba. “El BMW Serie 3. Ella decía que era ridículamente grande. ¡Pero cabía por los pelos!”
“¡Y le rayaste el lateral al salir del parking del supermercado el primer día!” terció Isabella, aunque esta vez sin el mismo veneno.
El juez asintió. “Exacto. Discusiones, desacuerdos… pero ahí está, la historia conjunta. El punto no es quién tenía razón, sino que ambos estaban en el mismo coche, metafóricamente hablando.”
Dreams
El suave y etéreo inicio de “Dreams” de Stevie Nicks inundó la sala. Era un contraste total con la energía de la canción anterior. Al finalizar, el juez carraspeó. “‘Dreams’. La contraparte de la anterior. Stevie Nicks escribió esta mientras Lindsey escribía la suya. Una mirada más melancólica, más introspectiva, sobre la pérdida y la esperanza de que el otro encuentre la felicidad, aunque sea lejos de ti. ‘Ahora, aquí está tu libertad’ canta. No todo es blanco y negro en una separación. Hay tristeza, sí, pero también la liberación de perseguir esos sueños individuales que quizás quedaron aparcados. Señorita Montague, ¿recuerda su pasión por la pintura antes de conocer al señor Thorne? ¿Aquellos cuadros abstractos que llenaban su estudio?”
Isabella, sorprendentemente, no replicó con una acusación. Un brillo fugaz apareció en sus ojos. “Sí… el estudio que Julian convirtió en su ‘sala de juegos’ para su PlayStation.”
Julian, por su parte, se rascó la nuca. “¡Solo cuando no lo usabas, Isabella! ¡Y dejé una esquina para tus lienzos!”
El juez sonrió. “Ven, hay espacio para ambos sueños, incluso si en algún momento se superponen o se apartan.”
Don't Stop
El optimismo contagioso de “Don’t Stop” de Christine McVie llenó la sala, casi forzando una sonrisa en los rostros de todos. El juez movió la cabeza al ritmo. “¡Don’t Stop! El himno a la esperanza, al mañana. Christine McVie, que también se estaba divorciando de John McVie en ese momento, logra inyectar una inyección de puro optimismo. ‘No dejes de pensar en el mañana, no dejes de pensar en el ayer, es algo bueno’. Esta canción es un recordatorio de que, incluso después de las tormentas más feroces, el sol vuelve a salir. Y que el pasado, aunque doloroso, también contiene momentos de alegría y crecimiento. Señor Thorne, señorita Montague, ¿recuerdan cómo se conocieron? ¿Aquel ridículo encuentro en el mercado de Portobello, donde usted, señor Thorne, la confundió con una vendedora de antigüedades y trató de regatearle el precio de su bolso?”
Julian se rio entre dientes, un sonido ronco que sorprendió a todos. “¡Y ella me lanzó el bolso! ¡Pensé que era una imitación de cuero!”
“¡Era un Birkin original, paleto!”, exclamó Isabella, pero esta vez, había una sonrisa en su rostro, una verdadera. “¡Y tú te disculpaste con un ramo de tulipanes morados!”
Los abogados se miraron con asombro. ¡Estaban sonriendo!
You Make Loving Fun
La melodía suave y el estribillo pegadizo de “You Make Loving Fun” envolvieron la sala, trayendo una sensación de calidez. El juez suspiró con satisfacción. “‘You Make Loving Fun’. Otra joya de Christine McVie. Esta es una canción de amor, de admiración, de cómo una persona puede traer alegría a tu vida. A veces, en el fragor de la batalla, olvidamos por qué nos enamoramos en primer lugar. Olvidamos los pequeños detalles, los gestos, las risas compartidas. Señorita Montague, ¿recuerda las vacaciones en Benidorm? La casita con vistas a la playa. El señor Thorne me ha contado que usted era la única que podía aguantar sus imitaciones de Elvis por las mañanas.”
Isabella se sonrojó ligeramente. “¡Sus imitaciones eran atroces, su Señoría! ¡Pero la verdad es que era divertido verlo intentarlo con el cepillo de dientes como micrófono!”
Julian soltó una carcajada. “¡Y tú hacías el coro con el secador de pelo!”
Por primera vez, se miraron, no con ira, sino con una chispa de ese afecto olvidado. Sus abogados asintieron lentamente, como si presenciaran un milagro.
Never Going Back Again
La delicada guitarra acústica y la voz melancólica de Lindsey Buckingham en “Never Going Back Again” proporcionaron un cierre agridulce. El juez asintió al ritmo suave. “‘Never Going Back Again’. Una reflexión sobre la superación, sobre aprender de los errores y avanzar. Es la aceptación de que lo que pasó, pasó. Y que, a veces, el mejor camino es no volver atrás, sino mirar hacia adelante con la experiencia adquirida. Ustedes han compartido una vida, con sus altos y bajos. Han llegado a un punto en el que el camino conjunto ha terminado. Pero eso no anula lo que vivieron. Solo significa que ahora es el momento de dividir las cosas, no con rencor, sino con la madurez que esta experiencia les ha brindado.”
Isabella y Julian se miraron de nuevo, esta vez con una comprensión silenciosa. La tensión había desaparecido.
“Bien”, dijo Isabella, con la voz más suave que el juez le había escuchado. “El piso de Londres… puedes quedártelo, Julian. De todas formas, las ventanas dan a un callejón y nunca le da el sol.”
Julian parpadeó, sorprendido. “¿De verdad? ¿Y tú? ¿La casita de Benidorm?”
“La casita de Benidorm es mía. Y el coche. De todas formas, tu conducción siempre ha sido… ‘aventurera’.” Isabella incluso esbozó una pequeña sonrisa.
“De acuerdo”, dijo Julian, encogiéndose de hombros. “Me quedo con el coche de mi padre para ir tirando. Pero… ¿y Hércules? El perro.”
Isabella suspiró, una señal de verdadera capitulación. “Hércules… ¿por qué no lo compartimos? Una semana tú, una semana yo. Aunque me temo que a tu madre le gustará más que a ti.”
El juez Alistair Finch exhaló, aliviado. ¡Lo había logrado! La música, pensó, era el bálsamo para el alma… y para los procesos de divorcio más intrincados. Los abogados estaban a punto de firmar los papeles, la paz finalmente reinaba en la sala.
En ese momento, el Juez Alistair Finch se levantó de su estrado. Su voz, ahora grave y llena de una solemnidad melancólica, resonó por la sala, captando la atención de Isabella y Julian, que por primera vez en horas, no tenían nada que rebatir.
“Isabella. Julian. Mírense. Han llegado al final de un camino que comenzaron juntos. El divorcio, aunque a veces necesario, es un final amargo. Es el reconocimiento de que un sueño, una promesa, se ha quebrado. Y con ello, viene una profunda tristeza, una sensación de fracaso que a menudo se niega, pero que reside en el alma de cada uno. Es mirar atrás y ver los años, las risas, las promesas hechas, y también las heridas que, quizás sin intención, se infligieron. Es como este disco, ‘Rumours’. Nació del dolor, de la ruptura, de la frustración entre personas que se amaron profundamente y que, por circunstancias de la vida, se estaban separando.”
El juez hizo una pausa, sus ojos recorriendo los rostros ahora pensativos de la pareja. “Pero de ese dolor, de esa honestidad brutal, nacieron algunas de las canciones más bellas y atemporales. ¿Por qué? Porque incluso en el final, hay una verdad, una belleza que reside en la experiencia compartida. Las canciones de este álbum hablan de ir por caminos separados, de soñar de nuevo, de no detenerse a pesar de la adversidad, de encontrar alegría en el amor, y de no volver atrás, sino de avanzar. Esas son las lecciones que este disco les ofrece ahora.”

“La tristeza los acompañará, sí. La sensación de fracaso es natural. Pero también es, y esto es crucial, una oportunidad para empezar de nuevo. No para borrar lo vivido, sino para construir sobre ello. Como Fleetwood Mac, que a pesar de sus tormentas internas, siguió creando y, en ocasiones, incluso volvió a reunirse en armonía. Ustedes pueden encontrar una nueva armonía. Una armonía que ya no es la del matrimonio, sino la de dos personas que, con el tiempo, recuerden lo bueno sin que lo malo lo empañe todo.”
El juez se acercó a la mesa, empujando suavemente los documentos hacia ellos. “Han resuelto la división de bienes, el perro se compartirá. Ahora, por favor, firmen estos documentos. No es solo un cierre legal. Es el cierre de un capítulo, no el fin de su historia. Es el paso hacia una vida nueva, con la sabiduría de lo aprendido, y la esperanza de un mañana.”
Isabella y Julian, con la mirada aún un poco perdida en las reflexiones del juez, asintieron. Se acercaron a la mesa, sus abogados les tendieron los papeles y, con un silencio casi reverente, firmaron. No hubo más recriminaciones, no hubo más gritos. Solo el suave sonido de las plumas sobre el papel. La paz, esta vez, parecía haber llegado para quedarse.
Epílogo
Rumours, fue publicado el 4 de febrero de 1977, y rápidamente fue aclamado por la crítica, destacando la música, y la interacción vocal de sus cantantes, llegando a nombrarlo album del año. Entre los miembros del grupo había relaciones sentimentales que influían en sus creacciones, y tanto las formaciones de parejas como sus rupturas, hacían que compusieran preciosas canciones, como es el caso de 'Don't Stop', o 'Go Your Own Way'. En general, las letras del album hablan sobre relaciones personales, y sobre sus conflictos de parejas. También les llegó el éxito comercial, pues alcanzaron el puesto número 1 en las listas de éxito de muchos paises, entre ellos, los Estados Unidos y Reino Unido. Como he mencionado antes, fue el album de los Fleetwood Mac, mas vendido de su historia, alcanzó mas de 40 millones de copias vendidas.
Podcast



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