
¡Saludos melómanos y bienvenidos a La Playlist del Yeyo! Hoy nos zambullimos en el corazón de Londres, en la icónica "Waterloo Sunset" de The Kinks, pero desde una perspectiva que quizás nunca imaginaste. Olvídense del romance idealizado y prepárense para una historia de amor… ¡a la fuerza!
Nuestra historia se desarrolla en el corazón de la bulliciosa y vibrante Londres, en un escenario emblemático y cargado de historia: “el puente de Waterloo”. Imaginad el sol comenzando a descender, tiñendo el cielo de tonalidades doradas y rojizas, reflejándose en las aguas turbulentas del Támesis. El ruido de la ciudad se funde con el suave murmullo del río, el incesante tráfico rodando por las calzadas aledañas.
En este crisol de contrastes, la estación de Waterloo, un imponente gigante de acero y cristal se alza majestuosa, custodiando las llegadas y partidas de miles de almas cada día. Es el punto de encuentro y despedida, el corazón palpitante de un flujo constante de personas y emociones. Justo en frente, como una cicatriz de guerra, las fachadas de las viejas y anodinas construcciones ofrecen sus muros, al servicio de multitud de despachos, y con ventanas observadoras y vigilantes.
Por encima de todo esto, el puente de Waterloo, con sus arcadas de piedra, se extiende imponente. Allí, el ir y venir de gente, parejas paseando cogidas de la mano, turistas capturando la icónica panorámica… pero, en un paraje idílico, siempre acecha la realidad que nos envuelve, y a veces nos sorprende. El contraste entre la grandiosidad del panorama, y la miseria humana. Los que se miran, los que se ignoran, los que simplemente contemplan la vida, y los que no se percatan de estar dentro de un espectáculo. Un escenario de contrastes, perfecto para una historia agridulce.
Es en este preciso entorno, enmarcado por la estación de Waterloo y las luces del atardecer, donde dos corazones en aparente desacuerdo están a punto de colisionar, iniciando una narrativa donde el odio inicial puede encontrar un sorprendente cauce…
Todo comenzó en una sofocante tarde londinense, con dos abogados a punto de colisionar en el mismo espacio: Terry y Julie. Trabajaban en el corazón del bullicio legal, con vistas directas a la estación de Waterloo. Sus encuentros en la oficina eran una exhibición pública de sarcasmo y desprecio mutuo. Terry, con su traje impecable y mirada calculadora, pensaba que Julie era una superficial trepadora. Julie, con su aire de sofisticación y labiales llamativos, veía a Terry como un dinosaurio anclado en el pasado.
El jefe, harto de sus continuas disputas, tuvo una brillante (o terrible) idea: "Salgan a dar un paseo por el puente de Waterloo, y no regresen hasta que se lleven bien". Y así, a regañadientes, Terry y Julie se dirigieron hacia el puente.
Mientras caminaban, Terry le soltó a Julie una advertencia: "Por cierto, en uno de los edificios de allá siempre hay un tipo… un voyeur, un mirón. Le encanta espiar a las parejas en el puente y soltarles barbaridades".
Julie, con una sonrisa socarrona, respondió: "Anda, Terry, ¿aún crees en esos cuentos?". Y para demostrar que el voyeur no les afectaría, agarró la mano de Terry, entrelazando sus dedos.
¡Vaya comienzo!
En ese instante, Terry observó a su alrededor. Ahí estaba. Un hombre asomado a una ventana en uno de los edificios, clavándoles la mirada. Con el ceño fruncido, intentó ignorarlo. Pero el destino (o el jefe, quien sabe) ya había puesto las cartas sobre la mesa.
“Qué te parece esta estupidez”, espetó Terry, comenzando la conversación. “Si fueras una persona más afable, nos ahorraríamos esto”.
“Podríamos estar trabajando”, contraatacó Julie. “Y tú no me ayudarías nada”.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos, roto solo por el rugido del tráfico. Julie resopló, ajustando el bolso al hombro. "¿Sabes, a veces creo que solo te gusta ser desagradable, Terry?", soltó, aunque con menos acidez que de costumbre.
Terry, sorprendido por el comentario, pareció suavizar su gesto. “¿Y tú no?", contraatacó, aunque con una tímida sonrisa.
Una mueca asomó al rostro de Julie. "Quizás... pero tú lo haces con tanta elegancia, que aburres”, respondió con sorna, por inercia. Pero su tono sonaba diferente. “Siempre te he creído un snob insufrible”.
“Y tú, una superficial, con demasiado maquillaje…”. Y, de nuevo, el silencio. No era la primera vez que se dedicaban este tipo de lindezas, pero esta vez… algo cambió. El aire que antes parecía tenso, ahora se suavizaba poco a poco. Por alguna extraña razón, la hostilidad no había explotado, y los insultos parecían más suaves, vacíos, y la conversación, derivó hacia otro derrotero, mucho más… interesante. La vista, el entorno, tal vez…
“Es… un buen día”, dijo Terry, sorprendiéndose a sí mismo. Se acababa de
percatar de que su puño se estaba aflojando, y las manos entrelazadas que
mantenía con Julie, lo comprobaban.
Fue entonces cuando la conversación dio un giro inesperado. Terry suspiró:
“Sabes, últimamente me he estado aficionando a los Kinks…”.
Los ojos de Julie se iluminaron. “¿Los Kinks? ¡A mí también! Especialmente ‘Something Else’…”. Y sin darse cuenta, se encontraron analizando el álbum, como dos críticos musicales aficionados, caminando por el puente.
“Es como una postal de la Inglaterra de los 60, ¿verdad? Lleno de esa ironía y ese ingenio…”, comentaba Julie.
“Y con ese toque agridulce”, añadió Terry. “Como la vida misma…".
Y así, sin apenas darse cuenta, fueron desgranando las canciones, convirtiendo el paseo forzado en un inesperado maridaje musical.
Y así, sin apenas darse cuenta, fueron desgranando las canciones, convirtiendo el paseo forzado en un inesperado maridaje musical.
"¿Qué te parece 'David Watts'?", preguntó Julie. "Esa historia de admiración… un poco obsesiva, pero genial. Ray Davies, de nuevo, nos presenta un personaje solitario y envidioso, el de David, fascinado por el atractivo y la popularidad de alguien inalcanzable. Se puede apreciar, entre líneas, un profundo anhelo de pertenecer, de ser aceptado y admirado. ¿Pero no crees que esa obsesión, encierra una velada y dolorosa denuncia sobre las apariencias y el clasismo británico?".
"Absolutamente", asintió Terry. "Ray Davies capta perfectamente esa envidia, ese deseo… y lo empaqueta con una melodía pegadiza y un ritmo juguetón. Un clásico instantáneo."
Y que opinas de "Two Sisters", discutiendo sobre la lucha de clases, pero también la envidia entre dos hermanas, con la melodía de fondo. Terry se centraba en la crítica a la hipocresía y las diferencias sociales. "¿No te parece fascinante la forma en que Davies juega con la dualidad? La canción refleja las diferentes ambiciones y realidades de dos mujeres. Hay una hermana pobre, y otra rica y superficial. Hay un análisis ácido del choque de mundos, y una denuncia del abismo de la injusticia". Julie asentía, destacando la habilidad de Davies para la narrativa y la riqueza de detalles. "Y la melodía, ¡es perfecta!", añadía, tarareando suavemente la melodía.
Luego llegó el turno de "Love Me Till The Sun Shines".
"Una oda al hedonismo, ¿no?", dijo Terry con una sonrisa. "Simple, pero efectivo. ¡Necesario!". La atmósfera alegre y despreocupada contrastaba con la agudeza del álbum, mostrando una cara más liviana y despreocupada de Ray Davies. La canción hablaba de ese sol que siempre buscamos, en cualquier situación. El sol físico, que nos ilumina, y el sol metafórico, que nos alimenta el alma.
“¡Exacto!”, exclamó Julie, riendo por primera vez en su vida en presencia de Terry. “En ese preciso instante, la voz de Ray Davies se funde con el ritmo bailable de la canción. El beat nos abraza. Necesitamos algo de esto".
De "Love Me Till The Sun Shines", pasaron a "Lazy Old Sun", un retrato del cansancio británico, donde el ritmo nos obliga a sentarnos bajo la sombrilla de la calma. "Este tema es pura relajación", comentaba Julie. "Nos habla de la indolencia, de esa pereza que invade después de un día agotador. Ese sol que invita a no hacer nada, a sumirse en un estado de apatía, donde lo único importante es respirar".
El último de los comentarios se lo llevó "Afternoon Tea". "¿Te das cuenta de la ironía de la letra?", dijo Terry con una sonrisa socarrona. "Davies critica con sutileza la hipocresía y el aburrimiento de la alta sociedad británica. Se ríe de las formalidades, de la falsa cortesía. A través de la comida, envenena con amargura un ambiente social obsoleto".
A medida que hablaban de "Something Else", y de los Kinks, Terry y Julie se permitieron reír, compartir impresiones, y sobre todo, conectar. Los prejuicios se desvanecieron, las defensas cayeron. Se descubrieron más similares de lo que jamás hubieran imaginado.
El atardecer pintaba el cielo de colores dorados, y en medio de todo el gentío del puente, se pararon frente a las vistas del horizonte, entrelazados aún. Terry, por alguna razón, contemplaba la lejanía. Julie observaba el rostro de Terry con atención. Se acercaron sin apenas darse cuenta. Sus manos seguían unidas. Sin pensarlo, en ese mismo instante se miraron a los ojos, sintieron una profunda conexión y...
Se besaron. Un beso apasionado, intenso, largo.
El contacto fue momentáneo, y enseguida la vergüenza hizo acto de presencia.
"¡Lo siento! ¡Perdón! ¡Uff! Debo... ¡Perdóname!", balbuceó Terry, descompuesto. Julie se tapó la boca. Un error, una locura. ¡Madre mía, que estoy haciendo!
Terry miró al edificio. El voyeur seguía allí, con una sonrisa lasciva.
"¡Asqueroso!", rugió Terry.
Julie respiró hondo y, cogiendo la mano de Terry de nuevo, exclamó: "Venga, no le vamos a dar el gusto. Vámonos".
Y así, cogidos de la mano, emprendieron el camino de regreso a la oficina, con el crepúsculo abrazándolos. Solo se soltaron las manos cuando se aseguraron de que el mirón no les veía. Se miraron a los ojos.
"¿Hacemos las paces?", preguntó Terry.
Julie asintió con una sonrisa. "hagamos las paces". Y se dieron la mano con toda solemnidad.
Ya en la oficina, todo volvió a la normalidad. Cada uno a su trabajo. Pero algo había cambiado. A partir de ese día, Terry y Julie comenzaron a ser, en cierta medida, menos enemigos y más… compañeros.
Porque a veces, el "Waterloo Sunset" te sorprende con algo más que un romántico atardecer. Te regala un encuentro inesperado. Y una valiosa lección. Las cosas no siempre son lo que parecen.
Epílogo
Fue publicado el 15 de septiembre de 1967, un año memorable para la historia del rock, aunque se vió opacado este Something Else, y no tuvo ni el éxito ni la repercusión que se merecía este gran album; pero con el tiempo, la crítica ha sabido colocarlo en el sitio que se merece, un album muy influyente, una obra maestra del pop barroco, y precursor, nada mas y nada menos que del britpop de los 90. Este Something Else by The Kinks, significa un paso mas en la transición que estaba dando la banda desde el rock mas básico y rudimentario de sus primeros discos, a un sonido mas melódico, introspectivo, y típicamente británico, que encarna este album. Está dirigido magistralmente por su lider Ray Davies, que explora la vida cotidiana de la gente y la plasma en unas canciones muy ingeniosas, con una sensibilidad única. Sabe pintar retratos de personajes y situaciones como nadie, de tal forma que completa unas letras preciosas.
No es un album conceptual, pero si que existe en su contenido una cohesión temática, en forma de viñetas de la vida cotidiana británica que tan magníficamente bien ha sabido retratar su autor, el genial Ray Davies. Este compositor, tenía un don innato para capturar las experiencias y los sentimientos de una generación de ingleses, y plasmarlas en melodías pegadizas, pero poderosas. En resumen, este Something Else by The Kinks, es un album imprescindible para todo aquel amante de la buena música, que aun hoy, sigue sonando fresco y relevante. Merece ser explorado tanto por los amantes de los Kinks, como del resto. Yo lo he hecho, y realmente os lo aconsejo. La Playlist del Yeyo se enorgullece de tenerlo entre sus canciones de los años 60. Es un gran album. ¡Un discazo!
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