Publicado abril 21, 2025 por Aurelio Vázquez Sánchez con 0 comentarios

Green Day-Dookie

Green Day-Dookie

El semáforo se puso rojo justo cuando la aguja del velocímetro, del viejo Ford Escort familiar, descendía con pereza hacia el cero. Era una tarde grisácea de otoño de 1994, y Javier tamborileaba los dedos sobre el volante desgastado. Tenía cuarenta años recién cumplidos, una hipoteca que parecía eterna, dos hijos –uno entrando en la adolescencia rebelde y otra en la dulce infancia– y una esposa, Elena, cuya mirada a veces parecía preguntarle dónde se había metido el chico que conoció. Él mismo se lo preguntaba a menudo. El trabajo en la oficina de seguros era estable, predecible, gris como el cielo de ese día. El único sobresalto reciente era la música estridente que su hijo mayor, David, escuchaba a todo volumen en su habitación.

Fue entonces cuando sonó en la radio. Una explosión de guitarra distorsionada, un bajo juguetón pero potente, y una batería frenética. Luego, la voz: joven, nasal, cargada de una energía nerviosa y pegadiza. Javier frunció el ceño. Sonaba familiar, pero nuevo. Era punk, sin duda, pero… ¡diferente! Más limpio, más melódico. La locutora anunció con entusiasmo: “¡Eso era ‘Basket Case’, el nuevo bombazo de Green Day con su álbum ‘Dookie’!”.

Dookie. Vaya nombre. Y, sin embargo, esa energía…! le transportó veinte años atrás.

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De repente, estaba en una callejuela maloliente del casco viejo de la ciudad a finales de los 70. Tenía veinte años, el pelo rapado a los lados dejando una cresta desafiante teñida de azul eléctrico que luchaba por mantenerse erguida. Vestía pantalones negros ajustados, rotos en las rodillas, una chupa de cuero cubierta de tachuelas y chapas (Sex Pistols, The Clash, Ramones) y unas botas militares pesadas, con hebillas relucientes. Él y “Los Buitres”, como se hacían llamar. Eran una manada. Caras de muy mala leche, pendientes toscos en las orejas, el olor a cerveza barata y a marihuana mezclado con el sudor rancio.

Altavoces de Temu
Seguro que te gusta escuchar a Green Day a tope de volumen

Recordó la sensación áspera del alcohol quemando la garganta en tragos largos directamente de la litrona compartida. La risa floja y paranoica después de fumar un porro mal liado. Y la violencia… a veces sorda, a veces explícita. Empujones, insultos a transeúntes que les miraban mal, alguna pintada rápida en un muro limpio (“¡Anarquía!”), el placer estúpido y adrenalínico de patear una papelera hasta abollarla o destrozarla por completo. No era premeditado, era una extensión de la rabia, del ruido, de la música que les definía. “God save the Queen, the fascist regime…” berreaban los Sex Pistols desde un radiocasete gigante que alguien siempre cargaba. Era pura Furia. Cruda, directa, sin pulir.

Sí, Green Day suena enérgico, pensó Javier, volviendo de golpe al presente mientras el coche de delante avanzaba. Pero es diferente. ‘Basket Case’ habla de paranoia, de sentirse al borde… pero suena casi… alegre. La producción es nítida, los acordes claros. Lo nuestro era ruido y furia, un escupitajo sonoro. Esto es… ¿angustia pop? Tiene gancho, eso sí. Demasiado gancho para ser peligroso de verdad.

El semáforo se puso verde. Javier pisó el acelerador con más suavidad de la que hubiera usado jamás a los veinte años. 

Llegó a casa. El olor a guiso flotaba en el aire. Elena estaba en la cocina, su hija pequeña dibujaba en la mesa del salón. Desde la planta de arriba llegaba, amortiguado pero inconfundible, el mismo sonido que había escuchado en la radio. David tenía el disco. “Dookie”. Sonaba Welcome to Paradise. Esas guitarras pegajosas, esa batería contundente, si, parecía a lo que escuchaba yo de joven! Me quedé quieto un rato, escuchando...

—Hola —saludó Elena, dándole un beso rápido en la mejilla—. ¿Qué tal el día?                                   Le sacó de su absorción.
—Lo de siempre —murmuró Javier, dejando el maletín en el suelo—. Atasco, papeles…
—David ha comprado un disco nuevo. No para de sonar. Esos… ¿Día Verde?
—Green Day —corrigió él, casi sin querer—. Sí, lo he oído en la radio.

Subió las escaleras despacio. Se detuvo frente a la puerta de la habitación de David. La música sonaba ahora más clara. Era otra canción, más lenta, con una línea de bajo hipnótica y una letra que hablaba de aburrimiento, de masturbación, de no tener nada mejor que hacer. “Longview”.

Aburrimiento!! Sí, eso también lo conocía. Recordó las tardes interminables sentados en el bordillo de una plaza fea, viendo pasar a la gente “normal” con desprecio, sin saber qué hacer con toda esa energía negativa que les corroía por dentro. El aburrimiento era el caldo de cultivo. A veces fumaban solo para que el tiempo pasara de otra manera, para que la realidad gris se distorsionara un poco. Otras, bebían hasta que la apatía se convertía en euforia etílica o en agresividad gratuita. El “gamberrismo” de los punks, era a menudo un antídoto contra ese vacío. Romper algo, molestar a alguien, era una forma de sentirse vivos, de dejar una marca, por efímera y estúpida que fuera. Salían a la calle en grupo, llamando la atención deliberadamente, buscando la confrontación o, al menos, la desaprobación. Era una forma de existir.

Pero esta canción… Longview” lo captura de otra manera, reflexionó Javier, apoyado en el marco de la puerta, sin que David se diera cuenta. Es el aburrimiento moderno, supongo. El de quedarse en casa, apático. Nuestra versión era más… callejera, más física. Pero la sensación de vacío, de "¿y ahora qué?", esa sí la reconozco. Musicalmente, es brillante, ese bajo… engancha. Pero le falta la mugre, la desesperación real que sentíamos. John Lydon cantaba sobre el ‘No Future’ con auténtica bilis. Este chico… lo canta con un encogimiento de hombros, casi con resignación cómoda. En fin, es el punk de los 90. 

Llamó suavemente a la puerta. La música se detuvo bruscamente. David abrió, con el ceño fruncido de adolescente interrumpido. Llevaba una camiseta negra… de Green Day. Tenía el pelo largo, despeinado, y una actitud que era una mezcla de desafío y timidez.

—¿Qué pasa, papá?
—Nada, hijo. Solo… oía la música. ¿Te gusta?
David se encogió de hombros, intentando parecer indiferente. —Sí, está guay. Mola.
—Sí… mola —repitió Javier, y una sonrisa extraña, nostálgica y un poco triste, se dibujó en su cara. Se quedó un rato distraido, suficiente para que comenzara otra canción, esta parecía hablar de amor, pero hasta las canciones de amor, desde el punto de vista del punk, tienen ese ritmo tan frenético, y este disco, Dookie, también tiene su trocito de amor y vulnerabilidad. She.

Esa noche, después de cenar y de que los niños se acostaran, Javier no podía dormir. Elena leía a su lado. El silencio de la casa contrastaba brutalmente con el ruido que llenaba sus recuerdos. Se levantó y fue al salón a oscuras. Vio la funda del CD de “Dookie” sobre la mesita, donde David la había dejado. La recogió. La portada era un dibujo caótico, lleno de explosiones, personajes extraños y… sí, excrementos lanzados por monos. Una especie de gamberrada visual, infantil y escatológica.

Dookie. Caca. Una declaración de principios… o de falta de ellos. Recordó la estética punk original: imperdibles atravesando carne, esvásticas para provocar (aunque muchos no fueran nazis, solo buscaban el shock más absoluto), ropa rota y recompuesta. Era fealdad deliberada, agresión visual. Esta portada era… graciosa, irreverente, pero no amenazante. Era punk para la MTV. When I Come Around

Se sentó en el sofá y miró por la ventana la calle tranquila y dormida de su barrio residencial. Pensó en sus viejos camaradas de “Los Buitres”. ¿Qué sería de ellos? A Charly se lo llevó una sobredosis hacía años. A Rober lo vio una vez trabajando de guardia de seguridad en un supermercado, gordo, con el pelo corto, evitando su mirada. Del resto, ni idea. Probablemente vidas normales, grises, como la suya. O quizás no. Quizás alguno seguía aferrado a algo, o había acabado mucho peor.

La cresta se había ido, reemplazada por entradas incipientes. Las tachuelas, por corbatas. Las botas militares, por zapatos de oficina. La rabia se había diluido en preocupaciones adultas: facturas, la educación de los hijos, la salud de sus padres. Pero el eco… el eco estaba ahí. In The End

Green Day. Eran buenos, reconoció Javier. Tenían energía, buenas canciones, letras con las que su hijo y millones de otros chicos se identificaban. Capturaban algo del espíritu de rebelión adolescente, de sentirse fuera de lugar, del punk de los 70. Pero era una versión domesticada, empaquetada. El punk que él vivió era una herida abierta, una negación total. Esto era más bien una queja pegadiza, un cabreo bien producido. Tal vez sea eso el punk de los 90, pensó. Menos peligroso, más… digerible. Quizás cada generación tiene la rebelión que se merece, o la que puede permitirse.

Escuchó los pasos de Elena bajando la escalera.
—¿No puedes dormir? —preguntó suavemente.
Javier dejó el CD sobre la mesa. —No, solo… pensaba. En cosas viejas.
Elena se acercó y le abrazó por los hombros. —A veces es bueno recordar quién fuiste, Javi. Pero me gusta más quién eres ahora.

Javier suspiró. Miró de nuevo la portada del disco. Tal vez mañana le pediría a David que se lo dejara escuchar entero. No para revivir nada, sino para entender. Para entender a su hijo, para entender cómo el eco de su propia juventud salvaje resonaba, transformado y extraño, en la música de una nueva generación. Quizás, después de todo, algo de aquella furia seguía vivo, aunque ahora tuviera un ritmo más pegadizo y un nombre mucho más tonto. Dookie. Sonrió para sus adentros. Era un nombre perfecto para un eco domesticado.

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Conclusión

Green Day, es una banda estadounidense, de punk rock formada por Billie Joe Armstrong con la voz y la guitarra; Mike Dirnt en el bajo y coros, y Tré Cool en la batería. Comenzaron su andadura musical como Green Day, en el año 1989, aunque sus primeros años no tendrían mucho éxito; tuvo que llegar 1994, con este maravilloso Dookie, publicado el 1 de febrero, para que rompieran con todo y alcanzaran la cima, con mas de 20 millones de copias vendidas. Líricamente, Dookie es un desastre bellamente construido. Billie Joe Armstrong vomita sus frustraciones, sus paranoias, su aburrimiento existencial, con una sinceridad brutal que desarma. No hay poesía ni metáforas complejas. Pero si encontramos la crudeza de la vida cotidiana, la angustia palpable de no encajar. Musicalmente, Dookie es un festín de punk rock. Las guitarras de Billie Joe rugen con una energía descontrolada, los riffs son simples pero efectivos, diseñados para enganchar al instante y provocar un movimiento frenético. La base rítmica de Mike Dirnt y Tré Cool es una locomotora implacable, un motor que impulsa cada canción con una fuerza imparable. La producción, a cargo de Rob Cavallo, pule la suciedad, realza la melodía y la convierte en un arma sónica de destrucción masiva (y deliciosamente comercial). En resumen, Dookie es un álbum imperfecto, ruidoso y desordenado, pero precisamente ese es su atractivo, por eso es tan genuino.No es una obra que destaque por su virtuosismo musical, pero si es un grito de guerra para una generación de adolescentes y jóvenes, de los 90, que se sentían invisibles. Escuchar este Dookie, es inyectarte una dosis de energía en vena. Así, con toda su crudeza, sin paños calientes. Cuando estés de bajón, inyectate una pequeña dosis de Dookie, y se te liberarán muchas endorfinas. Los Green Day te lo garantizan. Y La Playlist del Yeyo, también. 

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