
El sol de julio caía a plomo sobre la Isla de la Cartuja, pero la Expo de Sevilla era un oasis de maravillas. Era el año 1992. El recinto de la Expo '92 era un universo en sí mismo, una deslumbrante ciudad efímera construida a orillas del Guadalquivir. Desde el momento en que cruzaron las puertas, los cuatro amigos de Novelda, Marcos y Javier, junto con sus respectivas parejas, Elena y Lucía, todos ellos recién llegados desde Novelda, Alicante, se sintieron inmersos en un espectáculo de proporciones colosales. Las amplias avenidas, como la espina dorsal de un gigante dormido, conectaban pabellones que eran auténticas obras de arte arquitectónicas. Cada uno de ellos narraba la historia, la cultura y los avances de un país diferente, compitiendo en originalidad y espectacularidad.
El Pabellón de España, imponente con su fachada blanca y formas que recordaban
las carabelas de Colón, fue una de sus primeras visitas obligadas. En su
interior, recorrieron salas que mostraban la diversidad de las regiones
españolas, desde la Alhambra recreada virtualmente hasta las últimas
innovaciones tecnológicas del país. Salieron maravillados, sintiendo un
orgullo renovado por su propia tierra.
El Pabellón Universal, con su gran esfera que proyectaba imágenes cambiantes,
se convirtió en un punto de referencia constante. A su alrededor, los
pabellones internacionales ofrecían un viaje alrededor del mundo en pocas
horas. Se asombraron con la elegancia minimalista del pabellón japonés, la
exuberancia tropical del pabellón brasileño y la alta tecnología mostrada por
Alemania. En cada uno, descubrían nuevos sabores, olores y perspectivas.
Probaron dulces árabes en el pabellón de Marruecos, admiraron artesanías
chinas y se fotografiaron junto a réplicas de monumentos emblemáticos.
Las infraestructuras de la Expo eran también dignas de admiración. El
telecabina, con sus cabinas suspendidas sobre el recinto, les ofreció vistas
panorámicas espectaculares, permitiéndoles apreciar la magnitud del evento y
la estratégica distribución de los pabellones alrededor del lago artificial.
Los monorraíles serpenteaban silenciosamente, ofreciendo una forma cómoda y
futurista de desplazarse. Las fuentes cibernéticas, con sus juegos de agua
sincronizados con música y luces, se convirtieron en un espectáculo recurrente
al caer la tarde. Las fuentes danzantes, los espectáculos callejeros y la
constante sensación de descubrimiento hacían que cada día fuera una
aventura.
Durante esos primeros días, las anécdotas se sucedieron. En el pabellón de
Italia, se encontraron con un grupo de turistas que hablaban un dialecto tan
cerrado que apenas podían entenderles, lo que generó situaciones cómicas al
intentar pedir indicaciones. En el pabellón de Canadá, quedaron fascinados por
una proyección IMAX que les hizo sentir como si estuvieran volando sobre las
Montañas Rocosas. Incluso tuvieron un pequeño percance cuando Elena,
intentando probar un dulce exótico en un puesto callejero, descubrió que era
mucho más picante de lo que esperaba, provocando las risas de los demás.
Una tarde, decidieron relajarse en la Avenida de las Palmeras, disfrutando de
la sombra y el ambiente festivo. Allí presenciaron una actuación de flamenco
improvisada que les emocionó por su pasión y arte. Compraron pequeños
souvenirs, como abanicos pintados a mano y reproducciones de la mascota de la
Expo, Curro.
Cada noche, al regresar a su alojamiento, comentaban las maravillas que habían
visto y planeaban las visitas del día siguiente. La Expo era un torbellino de
estímulos, una experiencia cultural y sensorial que les estaba marcando
profundamente.
Habían probado tapas en la zona de restauración internacional, se habían reído
con las ocurrencias de los artistas callejeros y habían coleccionado sellos en
cada pabellón que visitaban. Una tarde, mientras buscaban un lugar con sombra
para descansar del bullicio, encontraron un bar con mesas al aire libre cerca
de la Plaza Sony. Se sentaron, pidiendo unas cervezas bien frías.
"¿Os imagináis qué pasada sería ver a los Crowded House aquí?", comentó
Elena, mientras sorbía su cerveza. Los cuatro eran grandes fans de la banda
australiano-neozelandesa. Esta noche actúan aquí. No sería descabellado!!!
Y entonces, como si el destino les hubiera escuchado, la puerta del bar se
abrió y un hombre de aspecto familiar entró en el local. Era él,
inconfundible: Neil Finn.
Marcos, el más impulsivo del grupo, se levantó casi de un salto. "¡Es Neil
Finn!", exclamó, con los ojos brillantes.
Sin dudarlo, se acercaron a él. "Neil, ¿verdad? Somos grandes fans de
Crowded House", dijo Javier con una mezcla de nerviosismo y emoción.
"Nos encantaría invitarte a sentarte con nosotros".
Neil Finn sonrió con calidez. "Claro, sería un placer".
Las presentaciones fueron rápidas y pronto los cinco estaban charlando
animadamente alrededor de la mesa, con unas cervezas como nexo de unión. La
conversación pronto derivó hacia la música, inevitablemente hacia el último
álbum de Crowded House, "Woodface".
"Nos parece un disco increíble", comenzó Lucía, con entusiasmo. "Tiene una
melancolía preciosa, pero también mucha energía. Las letras son profundas,
pero llegan directas".
"Sí", añadió Marcos. "Se nota una madurez en las canciones, pero sin perder
esa frescura que siempre ha tenido la banda".
Neil Finn escuchaba atentamente, asintiendo de vez en cuando con una sonrisa.
"Es genial escuchar vuestra perspectiva", comentó.
Entonces, Javier tomó la iniciativa. "¿Qué te parece si hablamos de algunas
canciones en particular del álbum?".
Neil asintió, curioso.
"Empecemos con 'Chocolate Cake'", propuso Elena. "Esa ironía sobre el materialismo y la fama...
musicalmente es tan pegadiza, con ese bajo tan marcado y la batería que le da
un toque casi juguetón. La letra es una crítica divertida, pero con un punto
de verdad, ¿no crees?".
"Luego está 'It's Only Natural'", continuó Marcos. "La melodía es tan dulce y melancólica a la vez. La
forma en que la voz se eleva en el estribillo... y la instrumentación, con
esas guitarras limpias y los arreglos sutiles, te envuelve por completo. Habla
de algo inevitable, ¿un sentimiento, una conexión?".
"Para mí, 'Fall at Your Feet' es de las más emotivas", dijo Lucía, conmovida. "Esa vulnerabilidad en la
letra, la sensación de arrepentimiento y de entrega... la sencillez de la
instrumentación al principio, que va creciendo poco a poco, te llega al
corazón".
"Y 'Four Seasons in One Day'...", suspiró Javier. "Qué forma tan poética de hablar de los cambios, de las emociones que fluyen.
La melodía es preciosa y la instrumentación crea una atmósfera mágica. Sientes
esa sensación de que todo puede cambiar en un instante".
Neil Finn estaba encantado con la profundidad de su análisis. "Es fascinante
escuchar cómo interpretáis las canciones", les dijo con sinceridad. "A veces,
como compositor, uno no es completamente consciente de cómo llegarán las
canciones a los oyentes".
El tiempo pasó volando entre anécdotas y reflexiones musicales. Finalmente,
Neil miró su reloj. "Bueno, chicos, ha sido un placer enorme charlar con
vosotros, pero tengo que prepararme para el concierto de esta noche".
"¡Por supuesto! No nos lo vamos a perder por nada del mundo", aseguraron los
cuatro al unísono.
Tras despedirse de Neil con un apretón de manos, la emoción en el grupo era palpable. ¡Habían estado tomando cervezas y charlando sobre su banda favorita con el mismísimo Neil Finn!
Llegada la noche, se dirigieron a la Plaza Sony, donde ya se congregaba una
multitud ansiosa por ver a Crowded House. Al mostrar sus entradas, un
hombre con una acreditación les hizo un gesto. "Disculpad, ¿sois los chicos
que estuvieron esta tarde con Neil?".
Sorprendidos, asintieron.
"Neil me ha pedido que me acompañeis. Quiere que veáis el concierto desde un
lugar especial".
Los cuatro se miraron incrédulos y siguieron al agente a través de pasillos y
detrás del escenario. Finalmente, se detuvieron frente a una puerta. Al
abrirse, se encontraron en un camerino donde los demás miembros de
Crowded House, Tim Finn, Paul Hester, Nick Seymour y Mark Hart, les
recibieron con sonrisas y extendiéndoles la mano.
La Expo de Sevilla les había regalado muchas maravillas, pero aquel encuentro
inesperado con sus ídolos era, sin duda, la más inolvidable de todas.
La sorpresa en el rostro de Marcos, Javier, Elena y Lucía era un poema mudo.
Allí estaban, los músicos que tantas veces habían escuchado en sus casetes y
vinilos, sonriéndoles con genuina calidez. Neil Finn se acercó y les estrechó
la mano uno por uno, repitiendo sus nombres como si ya los conociera. Paul
Hester les hizo una de sus características bromas, aliviando la tensión del
momento. Nick Seymour, con su aire tranquilo, asintió con una sonrisa
amable.
Tras unos breves instantes de conversación nerviosa pero emocionante, el agente de publicidad les indicó que era hora de que la banda se preparara para salir al escenario. Les acompañó por otro pasillo hasta una zona reservada, justo a un lado del escenario principal. Desde allí, tenían una vista privilegiada de todo el público que abarrotaba la Plaza Sony, expectante, y también del escenario, donde ya empezaban a salir los miembros de The Crowded House.
...
Al final del concierto, con los bises resonando en la noche sevillana, se
sintieron abrumados por la emoción. No solo habían conocido a Neil Finn, sino
que habían vivido el concierto de sus adorados Crowded House, de una
manera única e inolvidable. Mientras la multitud comenzaba a dispersarse,
sabían que esa noche en la Expo '92 quedaría grabada para siempre en sus
memorias.
Epílogo
Woodface, fue publicado el 1 de julio de 1991 y es un album que confirma la reputación de los Crowded House, como maestros del pop melódico. Disfrutan de una armonía vocal incomparable, la voz de Finn es deliciosa. Algunos críticos acusan a la banda de una producción demasiado pulida, demasiado arreglada, en comparación con el trabajo anterior, pero yo no me fijo en ese detalle, yo valoro mas la delicadeza, la fuerte emotividad que florece de sus melodías, y la gran destreza musical de todo el album, que me apasionan, y me aislan del resto de mi alrededor. El Woodface, es un discazo, un trabajazo enorme, lleno de canciones memorables, que me hacen disfrutar de un camino soberbio, en el cual me deleita el oido, con sus melodías prodigiosas, y me hacen perder la noción del tiempo, tratando la música con una dulzura extraordinaria. Los Crowded House, son unos maestros pasteleros, capaces de hacer las delicias de cualquier gourmet goloso, y de endulzar tus oidos con las melodías mas tiernas, que jamás podrías imaginar. Tienes bombones, galletas, tartas, trufas, y todo tipo de delicatesen, con nombres como There Goes God, All I Ask, Fame Is, o la sabrosa As Sure As I Am. Te aseguro que tienes un escaparate por delante, pleno de crema y ternura, que devorarás con los oidos, y disfrutarás con tus auriculares. El paladar se te hará agua.
Podcast



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